jueves, 5 de noviembre de 2015

El paquete perdido, un caso real de ineficiencia personal

Por: Jerónimo Sánchez

‘The unattended package’ by Walé-ria

Suena el interfono. ¡Por fin! Después de varios días llega el paquete que estoy esperando. Oigo los pasos del mensajero subiendo las escaleras. Abro la puerta. Veo a un hombre con cara de preocupación. “Buenas… Venía para saber si había recibido el paquete…” —me dice. ¿El paquete? ¿No se supone que él me lo estaba subiendo? “No sé a qué se refiere, señor” —le respondo. “¿Quiere decir que me lo ha dejado en el buzón?”.

De manera dubitativa, el mensajero me explica que el viernes había venido, y que como no me había encontrado, me había dejado un papel en el buzón donde me informaba de que el paquete estaba en casa del vecino del primero derecha. “Mmm, no he visto ninguna nota en el buzón. De hecho, la semana pasada informé a su empresa de que lo entregaran hoy, porque el viernes no iba a estar. Aquí tengo la confirmación de entrega para hoy. ¿Está seguro de que era yo?” —intento aclarar. Aún más preocupado —empiezo a sospechar que la situación no le estaba tomando por sorpresa—, el mensajero me dice que va a preguntar al vecino. Pero, ¡mala suerte! El vecino tampoco sabe nada.

Ya con cara de desesperación, y con unas ganas tremendas de solucionar el problema en el que está metido, me propone pagarme el importe del artículo del paquete para que firme el resguardo de recibido. “¡Pero hombre, cómo dice usted eso! A ver, pregunte a los demás vecinos por si se hubiera confundido al dejar el paquete…” —le sugiero, con cara de no-se-preocupe-y-vamos-a-solucionar-esto. Y ahí va de nuevo, llamando a todas las puertas del edificio, desde el bajo hasta el cuarto. Hasta que por fin mi vecino del cuarto arroja un poco de luz al misterio: “A mi me dejaron un papel en el buzón el viernes”. Resulta que el paquete que había traído no era el mío, sino el de mi vecino.

Sin alcanzar muy bien a entender lo que había sucedido, nuestro mensajero nos explica: “Creo que el paquete de este señor [por mi] se ha quedado en el depósito. Si se enteran en la oficina voy a tener problemas. Mire, voy a intentar traerlo mañana, pero si no lo encuentro, yo le pago lo que cuesta el contenido del paquete para que me pueda firmar el papel”. Le digo que como quiera, sin salir de mi asombro. Y dicho lo cual se despide.

Mañana —espero— sabré cuál es el desenlace de la historia del paquete desparecido, pero mientras tanto no puedo evitar pensar lo que le está costando a nuestro mensajero su ineficiencia personal. Además de tiempo, una buena cantidad de estrés innecesario y, quizás, una reprimenda por parte de sus jefes, puede que al final le cueste también dinero de su bolsillo. Lo más irónico es que podría haberse ahorrado todo esto si, en lugar de confiar en su memoria, hubiera utilizado una simple memoria extendida en forma de lista de “paquetes a la espera”.

Para que luego digan que esto de la efectividad personal es solo cosa de frikis. Ahora vas y se lo cuentas al mensajero… 😉

Actualización: Al día siguiente el mensajero me trajo la mala noticia que ya esperaba: el paquete no había aparecido. Así que me tuvo que pagar el importe del contenido para poder hacer el pedido de nuevo. Y hoy, una semana después, ha regresado, esta vez con el paquete perdido en sus manos. Por supuesto, quise saber qué había sucedido, pero no me dio ningún detalle. Le devolví su dinero —tuvo suerte de que aún no había realizado el nuevo pedido—, y se fue pidiendo perdón sin parar. ¡Qué necesidad tenía!


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