domingo, 27 de septiembre de 2015

Efectividad, Decisiones y Generación de Valor

Por: José Miguel Bolívar

Uno de los principales obstáculos que encuentran las personas en el camino hacia la mejora de la efectividad son sus creencias. Por ejemplo, desde que somos pequeños, se empeñan en hacernos creer que más siempre es mejor. Intentan convencernos de que los resultados – que son lo que en realidad importa – dependen básicamente de la cantidad de esfuerzo que pongas en conseguirlos: hay que estudiar más, trabajar más duro y durante más tiempo… Creo que esta [in]cultura del esfuerzo es tremendamente perniciosa en la era del conocimiento, ya que nos conduce a poner el foco en el lugar equivocado, que es hacer sin pensar. Esforzarse es importante pero ni es lo único, ni lo que más valor aporta ni tampoco es un fin en sí mismo. Entender bien esto es fundamental para mejorar la efectividad, tanto personal como organizativa.

La efectividad tiene un «qué» y tiene un «cómo». El «qué» tiene que ver con «qué hay que hacer» para ser una persona o una organización efectiva y el «cómo» tiene que ver con las «posibles formas de hacerlo». Por eso, es importante tener claro en todo momento que la efectividad viene definida por dos factores: «qué» haces y «cómo» lo haces.

Para ser una persona o una organización efectiva hay que hacer bien las cosas correctas. Así de fácil y así de sencillo. Si no se hace nada, difícilmente se va a conseguir nada, ni en lo personal ni en lo organizativo. Por eso, y aunque la actitud importa, lo que haces importa aún más. Como dice Yoriento, «la mejor haztitud es hacer».

Sin embargo, un error común es pensar que la efectividad depende únicamente de hacer muchas cosas, cuantas más, mejor. Nada más lejos de la realidad. ¿Por qué?

Muy sencillo. En una cadena de producción, y en gran parte de los trabajos de naturaleza manual, la contribución de valor que resulta de cada cosa que se hace es muy parecida, cuando no igual. Esto se debe a que los trabajos de naturaleza manual suelen ser con frecuencia trabajos en gran medida repetitivos. Piensa por ejemplo en el trabajo de un operario en una fábrica. Son trabajos que consisten en repetir un mismo «qué», es decir, una secuencia más o menos larga de pasos, para producir un mismo resultado una y otra vez. Estos trabajos de naturaleza repetitiva se suelen pagar con un salario fijo en parte por este motivo: porque casi todo lo que se hace contribuye con un valor similar, por lo que pagar por «cosa hecha» supondría introducir una complejidad poco justificada.

En resumen, en el trabajo manual, la aportación de valor de cada cosa que se hace es igual o, al menos, muy parecida.

Aunque a menudo se pague igual que el trabajo manual, en el trabajo del conocimiento esto tiene mucho menos sentido. En este nuevo tipo de trabajo, la naturaleza de cada cosa que se hace, es decir, de cada «qué», puede llegar a ser muy diferente del resto y su contribución de valor, también. Cada email que se lee y se responde, cada llamada de teléfono que se hace, cada documento que se redacta o cada conversación que se mantiene, probablemente genera un valor distinto, cuando no único. Es más, el valor derivado de hacer cosas aparentemente iguales, como por ejemplo preparar dos ofertas comerciales, puede llegar a ser radicalmente distinto, al producir resultados también distintos. Y esta diferencia con el trabajo manual lo cambia todo.

En resumen, en el trabajo del conocimiento, la aportación de valor de cada cosa que se hace es desigual o, incluso, completamente distinta.

Por eso, si se quiere entender bien qué es la efectividad y cómo desarrollarla, es preciso entender bien esta diferencia fundamental entre la generación de valor en el trabajo manual y en el trabajo del conocimiento.

Cuando la contribución de valor de cada cosa que se hace tiende a ser desigual, eso significa que las decisiones sobre «qué» hacer y «qué» no hacer en cada momento se traducen en que se genere un valor u otro. Por lo tanto, ser eficaz consiste en tomar decisiones que maximizan la generación de valor, es decir, en decidir bien en cada momento «qué» opción, de entre las posibles, va a generar más valor al hacerla.

Sin embargo, cuando la contribución de valor de cada cosa que se hace tiende a ser igual, eso significa que las decisiones sobre qué hacer y qué no hacer en cada momento apenas influyen en la generación de valor. Lo que sí influye es «cómo» se haga y, en concreto, lo bien que se sea capaz de aprovechar los recursos disponibles para hacer lo que se tiene que hacer. En consecuencia, ser eficiente consiste en aprovechar al máximo el uso de los recursos disponibles.

Aunque a menudo se confunden, efectividad y productividad son cosas muy distintas. La productividad tiene que ver únicamente con la eficiencia, es decir, con la relación entre producción y recursos. Sin embargo, y aunque también tiene que ver con la eficiencia, la efectividad tiene que ver, sobre todo, con la eficacia. Esto nos lleva, por una parte, a que la diferencia entre productividad y efectividad es la eficacia y, por otra parte, a que la diferencia entre una persona productiva y una efectiva es que una persona productiva es únicamente una persona eficiente mientras que una persona efectiva es una persona simultáneamente eficaz y eficiente. Y es exactamente lo mismo si en lugar de «persona» ponemos «organización».

En el trabajo del conocimiento, lo importante no es cuánto te esfuerzas sino los resultados que consigues, tanto si erea una persona como si eres una organización. Cuando la obsesión por «hacer muchas cosas» deja paso al compromiso por «lograr resultados», nos encontramos con una paradoja que solo puede darse en este nuevo tipo de trabajo y que sería impensable en el trabajo manual: la efectividad es independiente de la cantidad o, dicho de otro modo, se puede aumentar la efectividad haciendo menos cosas, es decir, se puede producir mucho más valor con mucho menos esfuerzo.


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