viernes, 27 de septiembre de 2019

Efectividad: Aprender a pensar para no pensar

Por: José Miguel Bolívar

Si lees este blog habitualmente, es muy probable que, a estas alturas, sepas de sobra por qué tienes que aprender a pensar.

Ese Sistema 1 tan útil para muchas cosas, sobre todo para sobrevivir, es francamente malo para algunas otras, como por ejemplo el «trabajo del conocimiento».

Por «culpa» del Sistema 1 pensamos poco, pero, sobre todo, pensamos mal.

A medio y largo plazo, esta mala costumbre da lugar a que, al final, tengamos que pensar más de lo necesario para subsanar los errores derivados de no pensar bien y a tiempo. Esto, evidentemente, es muy poco eficiente.

La clave es aprender a pensar. Pensar normalmente poco, lo imprescindible, pero eso sí, pensar a tiempo y pensar bien.

El hecho de pensar conlleva un esfuerzo y un consumo de energía importantes. Además, pensar de manera habitual y sostenida es algo para lo que estamos mal preparados desde el punto de vista evolutivo.

La evolución nos ha preparado muy bien para sentir y hacer, porque era lo que nos hacía falta. Pensar era secundario para sobrevivir.

Por eso es fácil observar como, en los comportamientos humanos en general, hay un exceso de emoción y/o de acción, a la vez que defecto de reflexión.

Un comportamiento puede ser reflexivo o impulsivo. Es reflexivo, cuando antes de hacer, se piensa y es impulsivo cuando antes de pensar, se hace.

Un comportamiento impulsivo es el resultado de una reacción. Un comportamiento reflexivo es el resultado de una reflexión.

Cuando no se reflexiona, solo se puede reaccionar. Esto es así porque, si se omite el paso necesario para un comportamiento reflexivo solo queda espacio para un comportamiento reactivo.

Dicho de otro modo, si no piensas, únicamente puedes sentir y/o hacer. Si piensas, además de pensar, también puedes sentir y hacer.

«Sentir» es algo intrínsecamente humano y positivo, pero algunos sentimientos pueden ser bastante contraproducentes para tu efectividad.

Por ejemplo, la ansiedad, el estrés, el miedo, la impotencia, pero también el exceso de optimismo o confianza, son sentimientos que van a afectar negativamente a tu efectividad.

Del mismo modo, «hacer» es algo positivo. De hecho, hacer es la expresión de la efectividad, pero únicamente cuando se ha pensado antes.

«Hacer por hacer», sin haber pensado ni definido previamente un propósito antes, es muy poco efectivo. Por eso decimos que la ejecución sin propósito es falsa efectividad.

La verdadera efectividad es imposible sin sentir y sin hacer. Ambos elementos puede ser muy útiles, pero únicamente aportan valor a la efectividad cuando van acompañados de «pensar», ya que pensar es lo que los modula y les da utilidad y sentido.

Por ejemplo, sentimos que algo que queremos conseguir es muy difícil (en cuyo caso la emoción será miedo, ansiedad, impotencia…) o sentimos que es muy fácil (en cuyo caso la emoción será confianza, optimismo, incluso euforia…).

En ambos casos nos movemos en el mundo de las suposiciones, ya que ignoramos la dificultad o la facilidad reales que conlleva la consecución de ese algo.

Pensar implica analizar y es lo que permite dejar de suponer y pasar a conocer (por cierto, si crees que tú no supones, te invito a hacer este test rápido para detectar el «pensamiento supositorio»).

Otro ejemplo. Ocurre algo y reaccionas de manera inmediata haciendo algo. Es altamente probable que ese algo que hagas sea distinto del mejor algo que podrías hacer. Es más, con frecuencia, ese algo que hagas será incluso contraproducente, es decir, peor que si no hubieras hecho nada.

Pensar permite prever y anticipar, imaginar escenarios posibles, evaluar riesgos, oportunidades y alternativas, identificar recursos, definir estrategias… Pensar es el mejor antídoto contra los «imprevistos».

La efectividad personal nos ofrece comportamientos concretos, de eficacia probada, para contrarrestar estos impulsos primitivos, tan poco útiles en el mundo actual. La clave es pensar para sentir y hacer con sentido.

Interiorizar estos nuevos comportamientos, automatizándolos, es lo que hace posible modular de manera adecuada nuestros sentimientos y respuestas instintivas, adecuándolas a las necesidades de la complejidad en la que nos ha tocado vivir.

Como dice David Allen, creador de GTD®, el nuevo estándar en efectividad personal, «tienes que pensar más de lo que crees, pero mucho menos de lo que temes».

Es algo muy fácil en realidad. En lugar de pensar mal, de más y a destiempo, de lo que se trata es de pensar bien y a tiempo. En definitiva, de aprender a pensar para no pensar.


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