viernes, 25 de febrero de 2022

El éxito con GTD se puede prever

Por: José Miguel Bolívar

En este post voy a explicar por qué, en buena medida, el éxito con GTD se puede prever.

Obviamente, nadie tiene una bola de cristal para adivinar el futuro y lo que voy a comentar está muy lejos de ser una ciencia exacta.

Pero sí es cierto que, tras más de una década formando en GTD, he podido identificar algunos patrones de conducta —previos a GTD— que, en general, suelen ser bastante fiables como indicadores.

Un detalle importante es que la mayoría de estos patrones sirven más para descartar el éxito que para predecirlo.

Me refiero a que algunos patrones son casi garantía de fracaso con GTD, mientras que otros simplemente nos dicen que no hay nada serio que impida el éxito.

No nos dicen nada, sin embargo, del resto de cualidades que suelen ayudar a la mejora de la efectividad como, por ejemplo,  la perseverancia o la humildad.

Aprender es cambiar, cambiar es aprender

El requisito previo a las 7 causas del éxito/fracaso con GTD es la capacidad de aprendizaje.

El motivo es sencillo. Aprender GTD, es decir, usarlo, implica realizar cambios, muchos de ellos profundos, en la manera de pensar, hacer y sentir, es decir, en las tres dimensiones de la efectividad personal.

Si no se producen estos cambios significará que sigues haciendo las cosas como antes, es decir, que no estás utilizando GTD. Por muy «fardón» que sea tu sistema GTD y por mucho que presumas de usarlo.

Del mismo modo, en la medida que comiences a implementar esos cambios, comprobarás que hay cosas que funcionan bien a la primera, otras menos bien y otras nada bien.

Si tienes capacidad de aprendizaje, esto te lanzará a un proceso iterativo de cambio para que cada vez haya más cosas que funcionen bien y menos de las demás.

Entrarás así en un círculo virtuoso en el que cambiar te hará aprender y gracias a aprender cambiarás.

Lo contrario —pretender conseguir resultados distintos haciendo las mismas cosas de siempre— es lo que Einstein definió como locura.

La intuición efectiva como indicio positivo

Como adelantaba al inicio del post, hay determinados comportamientos que hacen presagiar buenos o malos resultados en el camino para dominar GTD.

Por ejemplo, hay personas que ya tienen el hábito de anotar cosas.

Tener este hábito significa que estas personas, consciente o inconscientemente, han llegado a la conclusión de que su mente es un pésimo gestor de recordatorios y, en consecuencia, externalizan —mejor o peor, eso es otra historia— la gestión de los mismos.

Del mismo modo, hay personas que han ido un paso más allá en su aprendizaje hasta reconocer que si, además de ponerse un recordatorio visible externo, lo ponen en el lugar adecuado, la utilidad de este recordatorio es mucho mayor.

En el extremo opuesto tenemos las personas friki-tontas, que lo tienen muy, muy difícil, por no decir prácticamente imposible para mejorar su efectividad, ya que son incapaces de entender que la efectividad es cuestión de hábitos, no de herramientas.

Un caso práctico

Si quieres experimentar en primera persona esto que te digo, te propongo un ejercicio muy sencillo que te permitirá saber, haciendo una única pregunta, qué tan fácil o difícil tiene alguien su éxito con GTD.

La pregunta es la siguiente: «¿qué haces cuando quieres asegurarte de que, al salir de casa, llevas contigo un objeto imprescindible que de ninguna manera se te puede olvidar?».

Si repites esta pregunta a un número suficientemente alto de personas (varios miles de ellas en mi caso), comprobarás que las respuestas siempre son las mismas.

Estas respuestas, además, se pueden clasificar en tres grandes grupos: buenas, malas y dudosas.

Las malas son todas las que tienen que ver con utilizar algún tipo de tecnología: alarmas, recordatorios en el móvil, avisos, etc. Cuando alguien te dé esta respuesta ya sabes que estás ante una persona friki-tonta con casi nulas probabilidades de éxito.

Las buenas son todas las que tienen que ver con emplear un recordatorio físico, visible, puesto en algún lugar en el que necesariamente te lo vas a encontrar cuando vayas a salir de casa.

El ejemplo más claro: ponerlo en la puerta. También valdría ponerte una nota junto a las llaves de casa, o del coche, o una bolsa atada al pomo de la puerta o un post-it pegado en la puerta.

Las dudosas son todas las demás. En general, las dudosas suelen ser las menos y en general se deben a que no se ha entendido bien la pregunta. Cuando no es así, suelen ser casi siempre equivalentes a las respuestas malas.

Conclusión

La mejora de la efectividad personal, sea con GTD o con cualquier otra metodología, pasa necesariamente por un proceso de aprendizaje y cambio.

Aprender y cambiar, cambiar y aprender es el círculo virtuoso que te permite avanzar por el camino hacia la mejora.

Hay personas que evidencian su capacidad de aprender porque han desarrollado una «intuición efectiva» que les lleva a adoptar intuitivamente buenas prácticas (por muy imperfectas que puedan ser).

En el extremo opuesto, hay otras personas que evidencian su incapacidad para aprender exhibiendo su friki-tontería.

La «intuición efectiva» es un buen indicador. Si va acompañada del resto de cualidades, esa persona tendrá éxito con GTD.

Por el contrario, la falta de «intuición efectiva», y sobre todo la friki-tontería, es un indicador aún más fiable de fracaso con GTD.

¿Qué otros indicadores se te ocurren para prever el éxito con GTD?

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viernes, 18 de febrero de 2022

La compleja sencillez de gestionar la atención

Por: José Miguel Bolívar

En este post voy a compartir contigo algunas reflexiones sobre la compleja sencillez de gestionar la atención.

He usado intencionalmente este juego de palabras para destacar la paradoja ante la que nos encontramos.

Porque gestionar la atención es extremadamente sencillo, algo al alcance de todo el mundo, sin limitaciones de ningún tipo.

Pero, a la vez, para muchas personas resulta extremadamente complejo lograrlo, debido a diversos factores concurrentes que se refuerzan entre sí.

En el post empezaremos viendo por qué es tan importante gestionar la atención para mejorar la efectividad.

A continuación veremos hasta qué punto es sencillo gestionar la atención y continuaremos identificando cuáles son algunos de los factores que suelen complicar esa sencillez.

Finalmente, compartiré consejos y sugerencias que pueden resultar útiles para minimizar el impacto negativo de dichos factores.

Desarrollar la atención para alcanzar la excelencia

«FOCUS: Desarrollar la atención para alcanzar la excelencia» es el título de uno de los libros de Daniel Goleman, padre de la inteligencia emocional y uno de los principales referentes actuales en el campo de la Neurociencia.

En esta obra, Goleman explica la existencia de una correlación directa entre atención y rendimiento.

Cualquier persona —sin excepción— hará «mejor» cualquier tarea si está enfocada en ella que si no lo está. Esto es lo que llamamos un principio productivo universal.

En este contexto, «mejor» significa, o puede significar, en menos tiempo, con menos errores, con mayor calidad y, seguramente, disfrutando más de lo que se hace.

Desde el punto de vista de la efectividad, la gestión de la atención incide directamente en la eficiencia. Una persona es tanto más eficiente cuanto mejor gestiona su atención.

Y esta eficiencia debe entenderse en su sentido más amplio. Sea prestando atención a la conversación en la que está, a la actividad física que está haciendo o a disfrutar de un momento de ocio o descanso.

En el extremo opuesto, cuando la atención se gestiona sistemáticamente de manera deficiente, podemos encontrarnos con pérdida de perspectiva, malas decisiones, sobre excitabilidad, reacciones desmedidas, etc.

La sencillez de gestionar la atención

Como decía al comienzo del post, gestionar la atención es extremadamente sencillo. Para lograrlo, solo hay que evitar y/o limitar al máximo las interrupciones.

Unas interrupciones que pueden ser internas —más frecuentes de lo que a menudo nos gustaría reconocer— o externas.

Las externas pueden clasificarse a su vez en evitables o inevitables (las internas siempre son inevitables).

Asimismo, las inevitables pueden dividirse entre las que requieren reacción inmediata —algo muy excepcional— o reacción diferida —lo más habitual—.

Una vez tenemos claro esto, veamos ahora las buenas prácticas asociadas a la gestión de la atención.

La mejor práctica es evitar al máximo las interrupciones y, particularmente, las interrupciones de origen externo.

El enemigo número uno de la atención son las notificaciones push y, de estas, particularmente las sonoras.

Las notificaciones push visuales también pueden ser un gran enemigo de la atención. Todo depende de si te obligan a verlas cuando aparecen o simplemente quedan ahí pendientes para cuando vayas a consultarlas.

Por este motivo, la buena práctica es tener permanentemente desactivadas todas las notificaciones push sonoras y visuales, excepto las visuales sin sonido que quedan en segundo plano y no te obligan a verlas cuando aparecen.

Al margen de otras buenas prácticas que escapan a la intención de este post, con este cambio tan sencillo puedes mejorar tu atención de manera espectacular.

La complejidad de gestionar la atención

Como también decía al inicio del post, muchas personas hacen una pésima gestión de su atención a pesar de su sencillez.

En algunos casos, es por simple ignorancia. Nunca han pensado, ni nadie les ha dicho, que desactivar las notificaciones push puede cambiar la vida.

La mayoría de la gente usa la tecnología con la configuración de origen, ya que entiende que es la idónea. Por eso, casi nadie desactiva las notificaciones (que es lo primero que yo hago cada vez que instalo algo nuevo).

Hace pocos días, trabajando con una directiva en un programa individual de mejora de la efectividad, me decía que este pequeño cambio había supuesto un antes y un después para ella.

El lobby tecnológico vende que la productividad se consigue con herramientas y por eso le interesa que las personas sean cada vez menos productivas.

¿Cómo lograrlo? Muy sencillo: anulando sistemáticamente la capacidad de enfoque con armas de destrucción masiva de la atención.

Por eso las aplicaciones cada vez tienen más notificaciones y por eso todas ellas vienen activadas por defecto.

A esta ignorancia —o inercia, como prefieras— se unen otros muchos factores: la inseguridad, la falta de claridad de ideas, la adicción al estrés, el síndrome FOMO o la culpa virtual son algunos de ellos.

Consejos y sugerencias para gestionar mejor la atención

Lo que tienen en común la mayoría de estos factores es que su efecto se puede limitar considerablemente solo con empezar a hacer las cosas correctas, es decir, desactivando todas las notificaciones y, en particular, las notificaciones push.

Por otra parte, el cerebro está programado para dejarse llevar por lo último, lo más llamativo y lo más ruidoso.

Esto, que tiene sentido como mecanismo primitivo de supervivencia, además de ser innecesario en nuestros días, es también contraproducente.

Por eso, otra práctica excelente es forzarte a separar en el tiempo la reacción ante las interrupciones externas.

Si te genera inquietud, puedes empezar probando con 5′, luego con 10′, después con 15′ y así, sucesivamente.

En cuanto a las interrupciones internas, la buena práctica es «aparcarlas» en cuanto surgen —sin dedicarles más tiempo— y seguir con lo que estés haciendo hasta terminarlo. Ya te ocuparás de ellas cuando termines.

Con el tiempo, comprobarás que casi la totalidad de tus interrupciones —externas o internas—pueden esperar tranquilamente al menos una o dos horas sin que el mundo se acabe y, en la mayoría de los casos, más.

Y si crees que todo esto es difícil de aplicar en tu caso, incluso imposible, deja tus creencias a un lado por un momento y, simplemente, pruébalo.

Porque lo bueno de gestionar la atención de manera efectiva es que los resultados son inmediatos.

Intenta hacer algo, lo que sea, de una sola vez, sin que nada te interrumpa. Y luego compara esa experiencia con hacer lo mismo con interrupciones constantes.

Por grande que sea tu resistencia inicial, la diferencia es tan radical que te convencerás.

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viernes, 11 de febrero de 2022

Productividad Personal Edición 2022: Reflexiones Día 7

Por: José Miguel Bolívar

En este séptimo post de la serie Productividad Personal Edición 2022 voy a compartir contigo mis reflexiones sobre un capítulo clave, no solo del libro, sino para la mejora de la efectividad: el valor de las palabras en la productividad personal.

Como digo en el libro, a menudo infravaloramos la importancia del lenguaje cuando hablamos de efectividad personal.

Considero que todo lo que escribí en este capítulo sigue siendo plenamente válido, por lo que lo mantendría tal cual.

Sin embargo, ahora echo en falta una nota de aviso sobre hasta qué punto el lenguaje juega en nuestra contra al aprender GTD.

Digo esto porque, en mi opinión, una de las causas principales por las que el éxito de GTD —entendido como mayor alcance y adopción de la metodología— no ha sido aún mayor, es precisamente la utilización poco afortunada que Allen hace del lenguaje.

Y cuando digo poco afortunada me refiero concretamente a lo que considero una serie de errores pedagógicos graves.

Muchas palabras en GTD no son lo que parecen

Uno de estos errores pedagógicos graves es elegir nombres poco o nada acertados para los conceptos.

Me explico. Cuando se inventa un concepto y hay que nombrarlo, existen dos buenas prácticas entre las que elegir.

La primera de ellas es inventar un nuevo nombre para ese nuevo concepto. La segunda es dejarlo sin nombrar para que cada persona —una vez entendido su significado— le ponga el nombre que ella considere más representativo.

El resto son malas prácticas. Por ejemplo, una mala práctica es ponerle un nombre que ya está en uso. Otra práctica aún peor es ponerle un nombre que no solo ya se está utilizando, sino que además se utiliza de manera frecuente y generalizada.

Y la peor de todas las prácticas es que la palabra elegida, además de usarse de manera frecuente y generalizada, sea encima semánticamente próxima al nuevo concepto.

Sí, lo has adivinado, me estoy refiriendo al famoso concepto «proyecto» de GTD.

La desafortunada elección de esta palabra da lugar a que prácticamente nadie entienda el concepto a la primera o, peor aún, a que lo entienda mal. Y, lo que es todavía más preocupante, que haya personas que nunca lleguen a entenderlo.

En esta misma línea tenemos unos supuestos 5 pasos que en realidad no son pasos, ya que cada «paso» se hace en momentos distintos, con frecuencias distintas y finalidades distintas.

O los supuestos pasos de Aclarar y Organizar, que en realidad se refieren a una misma actividad con dos componentes, uno mental y otro físico, que siempre ocurren consecutivamente.

Eso sin olvidar el modelo de 6 niveles donde ni todos ellos son niveles, ni abarcan el mismo tipo de elementos, ni tienen la misma utilidad ni el mismo fin. Hay más ejemplos, pero creo que con estos sobra.

El propósito de explicar es que se entienda

Y si las elecciones desacertadas que acabo de mencionar guardan relación con lo que es el diseño y la estructura de la metodología, es decir, los conceptos y sus relaciones, algo parecido ocurre con la didáctica de GTD.

Por didáctica me refiero a todos los materiales creados para acercar la metodología a las personas: libros, formaciones, videos, etc.

Si has leído algo de Allen o le has visto en algún video, ya sabes a qué me refiero. Sin entrar en más valoraciones, dudo que mucha gente califique su estilo de comunicación como claro, sencillo y directo.

Tanto este punto como el anterior son ejemplos perfectos de la importancia de las palabras en efectividad personal.

Las palabras hay que elegirlas con cariño, intención y cuidado para que transmitan lo que queremos transmitir facilitando su comprensión a otras personas y minimizando el riesgo de que las malinterpreten.

Cuando esto no ocurre, estamos obstaculizando la comunicación y, en su caso, el aprendizaje.

Por ejemplo, si al estilo entre rebuscado y tortuoso de Allen le unimos la elección de conceptos poco afortunados y un diseño con diversas incoherencias, nos encontramos con que GTD es una manera extremadamente complicada de explicar un conjunto de principios universales de efectividad extremadamente sencillos.

Piénsalo por un momento: ¿imaginas el alcance e impacto que podría haber llegado a tener GTD sin todos estos obstáculos?

Y esto es todo por ahora. Espero que esta reflexión te haya resultado útil. En un próximo post de la serie continuaremos a partir del capítulo 16.

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viernes, 4 de febrero de 2022

Los objetivos en GTD y su utilidad

Por: José Miguel Bolívar

En este post voy a profundizar sobre qué son los objetivos en GTD y su utilidad.

Es muy probable, además, que su lectura te sorprenda, sobre todo si tienes costumbre de usar objetivos fuera de GTD.

El motivo es que, como ocurre con otros elementos de la metodología, «objetivo» en GTD® tiene un significado distinto del habitual.

Por otra parte, Allen tampoco profundiza mucho sobre el tema en «Organízate con eficacia».

Sin embargo, en «Haz que funcione» sí que lo hace, dejándonos algunas «perlas» realmente valiosas.

Eso sí, encontrarlas supone un reto, porque aparecen en lugares un tanto insospechados.

En mi caso, lo que me incitó a buscarlas fue la curiosidad que me despertaron algunas frases que le oí a Allen en una ocasión.

En concreto, hubo una que me sorprendió mucho, por inesperada: «los objetivos son para liberar presión, no para crearla».

Qué son los objetivos en GTD

Desde el punto de vista más operativo, en GTD un objetivo es un resultado concreto que quieres conseguir, que requiere más de un paso y que vas a tardar más de un año en alcanzar.

Desde este enfoque, si te fijas, la diferencia entre proyecto y objetivo es únicamente la duración. Si el resultado se consigue en menos de un año es un proyecto y si va a llevar más tiempo es un objetivo.

Ahora bien, desde un punto de vista más estratégico, más de largo alcance, un objetivo es el resultado asociado a una visión (visión como concepto GTD, se entiende).

Y aquí se plantea una situación curiosa, porque una visión representa un estado que, al menos a priori, se entiende ideal, es decir, que puede que se consiga o puede que no.

Esto nos lleva a que los objetivos en GTD pueden ser dos cosas: punto de destino o punto de referencia, una dicotomía que aumenta exponencialmente su utilidad.

Para qué sirven los objetivos en GTD

Los objetivos en GTD son, como casi todo lo demás en la metodología, recordatorios externos, visibles, de cosas que —por un motivo u otro— son relevantes para ti.

Intentar gestionar recordatorios con nuestra cabeza es una mala práctica. No solo porque funciona mal, sino porque tiene efectos secundarios negativos: ruido, pérdida de enfoque y estrés.

En este sentido, conviene recordar que el propósito final de sacar un recordatorio de la cabeza y ponerlo en una mente externa/extendida es liberar presión/tensión.

Luego los objetivos en GTD sirven, sobre todo, para liberar presión/tensión. Esto se consigue de dos maneras, según el tipo de objetivo.

Si el objetivo es el recordatorio de un resultado real, concreto, que requiere varios pasos y que voy a conseguir en un plazo superior a un año, me va a ayudar a tenerlo controlado y a ser consciente de cómo voy progresando hacia él.

Por el contrario, si se trata del resultado asociado a una visión, su valor, como dice Allen, es otro: «the value of goals is not in the future they describe, but the change in perception of reality they foster, in the present».

Es decir, el valor de este tipo de objetivos no está tanto en el futuro que describen —en lo que se quiere conseguir—, sino en el cambio de percepción de la realidad que fomentan en el presente.

En otras palabras, la utilidad de establecer objetivos asociados a visiones —además de liberar presión—es que activan tu Sistema de Activación Reticular (SAR).

Esto hace a su vez que todo lo relacionado con dichos objetivos —positivo o negativo— pase a llamarte más la atención. En consecuencia, te equipa mejor para conseguirlo o, al menos, para aproximarte al máximo a ello.

Conclusiones

Muchas personas utilizan los objetivos con la intención de ayudarse a conseguir cosas que son relevantes para ellas.

El problema es que, aunque la intención es buena, estos objetivos a menudo están mal planteados, lo cual es contraproducente.

Porque con los objetivos pasa lo mismo que con los planes. Si los defines bien, los revisas con la frecuencia necesaria y los adaptas regularmente a la realidad, entonces son útiles.

Pero, cuando los defines mal o te empeñas en mantenerlos inmutables y, sobre todo, cuando te empeñas en que la realidad se adapte a ellos, entonces no solo dejan de ser útiles, sino que se convierten en fuente de ansiedad y estrés.

Por tanto, un objetivo debería tener como origen algo que ronda por tu cabeza presionándote para que hagas algo con ello.

Convertir este ruido mental en un objetivo, si lo haces bien, debería traducirse en una sensación de liberación y de mayor control sobre el tema.

Pero si la sensación que te produce dicho objetivo es negativa, entonces es que hay algo equivocado en su planteamiento. Y por sensación negativa me refiero a cualquier tipo de presión, incomodidad o malestar.

Afortunadamente, hay una buena práctica para establecer objetivos útiles —es decir, que liberen presión y te ayuden a avanzar.

Se trata de que sean lo suficientemente retadores como para que te inciten a la acción y, a la vez, lo suficientemente realistas como para que no te generen estrés ni te desmotiven.

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