viernes, 26 de noviembre de 2021

Productividad Personal Edición 2022: Reflexiones Día 4

Por: José Miguel Bolívar

En este cuarto post de la serie Productividad Personal Edición 2022 voy a compartir contigo mis reflexiones sobre la Primera Parte del libro, la titulada «¿Por qué GTD®?».

La realidad es la que es

En esta parte del libro realizaba un recorrido por los múltiples factores que hacen que incorporar metodologías como GTD a tu vida sea, más que algo útil, algo indispensable.

Mi expectativa antes de comenzar su relectura es que nos acompañara una buena temporada, ya que su extensión es casi tres veces la de la Introducción y esta ha merecido tres posts.

Me ha sorprendido mucho, por tanto, descubrir lo bien que esta primera parte ha resistido el paso del tiempo, porque son más de 7 años.

De hecho, ha resistido tan bien que no cambiaría nada, ya que lo que decía sigue siendo plenamente válido. Es lo que tiene la realidad, que es la que es.

Hay mucho más de lo que parece

Si escribiera esta parte hoy, una de las cosas que añadiría es información adicional para explicar mejor la magnitud y el alcance del reto al que nos enfrentamos.

En pocas palabras: el trabajo del conocimiento es antinatural.

Lo que quiero decir con esta afirmación es que las personas no estamos evolutivamente preparadas para hacer trabajo del conocimiento. No lo estamos en absoluto.

Para lo que estamos muy bien preparadas evolutivamente es para hacer trabajo manual. Llevamos miles de millones de años haciéndolo.

Un problema adicional muy serio es que las características del trabajo manual son muy distintas, casi opuestas en determinados aspectos, de las del trabajo del conocimiento.

Esto significa que nuestras tendencias naturales, que tan útiles son para el trabajo manual, juegan en nuestra contra al hacer trabajo del conocimiento.

Por tanto, el reto es doble o incluso cuádruple, si entendemos que la complejidad aumenta exponencialmente.

Por una parte, dejar de hacer lo que nuestra biología nos impulsa automáticamente a hacer.

Por otra, empezar a hacer algo nuevo y radicalmente opuesto a lo que veníamos haciendo.

Seguramente por esto las personas que hemos logrado mejorar nuestra efectividad personal, por poco que sea, estemos tan satisfechas de haberlo conseguido.

Y aún no nos hemos enterado

Como acertadamente afirma Daniel Pink, «There is a mismatch between what science knows and what business does» (Hay un desajuste entre lo que la ciencia sabe y lo que hacen las empresas).

La frase es tan cierta como demoledora. Y, lo que es peor, este desajuste cada vez es mayor.

Las empresas están, en su gran mayoría, literalmente «a por uvas». Y las perspectivas de que la situación mejore son muy poco prometedoras.

El problema de fondo —tan grave como conocido— es que gran parte de las personas directivas no leen. Las consecuencias de esto son nefastas, porque dificulta enormemente que piensen, aprendan y evolucionen.

Y para empeorarlo todo tenemos la presión omnipresente del lobby tecnológico, sin duda el principal enemigo de la efectividad personal en la actualidad.

Con su cansino mantra de «la tecnología aumenta la productividad», lo que está haciendo en realidad es inundar las organizaciones de armas de destrucción masiva de la atención.

En otras palabras, vamos en la dirección opuesta a la correcta y esto es evidente en las organizaciones, que están enfermas de TDA-H.

Como dice Daniel Goleman: «Entre los síntomas de lo que podríamos denominar el “síndrome de déficit de atención de una organización” cabría citar, por ejemplo: la toma de decisiones erróneas […] y la incapacidad para concentrarse en el momento y lugar oportunos».

El mantra del lobby tecnológico es muy dañino porque en realidad se trata de una semi-verdad, lo que hace que nuestro perezoso Sistema 1 la dé automáticamente por válida.

La verdad completa es «la tecnología aumenta la productividad sólo si la usas bien». Y ese «usar bien» la tecnología únicamente es posible cuando se ha desarrollado la competencia de la efectividad personal.

Porque la efectividad personal, en esencia, consiste en aprender a refrenar nuestros inefectivos impulsos primitivos y sustituirlos por los comportamientos efectivos adecuados, que son aprendidos.

Desarrollar la atención para alcanzar la excelencia

Esta frase es el subtítulo de Focus, el libro de Goleman del que extraía la cita anterior.

Necesitamos imperiosamente superar la tontería de la «gestión del tiempo» y entender que la clave de todo está en la gestión de la atención.

El tiempo es ingestionable, simplemente está ahí, avanzando inexorablemente, al margen de lo que tú hagas o dejes de hacer. El tiempo y su imposible gestión están fuera de tu zona de influencia.

Lo que sí está enteramente dentro de tu zona de influencia es la gestión que tú haces de tu atención (a no ser que seas una de esas personas que dejan que su atención la gestione su entorno).

Digo que hay que superar la tontería de la «gestión del tiempo» porque es un concepto tan pueril que ya de por sí limita poder hacer nada serio al respecto.

Necesitamos afrontar el problema de frente. Necesitamos aprender a pensar, a trabajar, a someter a nuestro procrastinador Sistema 1.

Todo esto va mucho más allá de trabajar. Va de hacer lo que tiene sentido, lo que después te va a hacer sentir la satisfacción de haber hecho bien lo que tenías que hacer.

Va de dejar atrás la frustración y la culpa, de dar coherencia a tu vida, alineando lo que quieres hacer y lo que realmente haces. Va, en definitiva, de desarrollar la atención para alcanzar la excelencia.

Esto es lo que añadiría hoy a la Primera Parte. En el próximo post empezaré con la Segunda Parte: Usando GTD®.

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viernes, 19 de noviembre de 2021

La revisión diaria de GTD no existe

Por: José Miguel Bolívar

En este post voy a revelar un gran secreto: la revisión diaria de GTD no existe.

Bromas aparte, has leído bien. Al igual que sí existe la Revisión Semanal, en GTD® no hay nada llamado «Revisión Diaria».

Es fácil comprobarlo. Si buscas «daily review» en el libro de Allen aparecen cero resultados (frente a los 41 de «weekly review»).

Comenzaré con una breve exposición de los distintos tipos de revisión que existen en la metodología y del propósito de cada uno de ellos.

Luego detallaré en qué consiste concretamente el error que cometen las personas que creen que existe una revisión diaria en GTD.

Continuaré ofreciendo una explicación de las que yo considero posibles causas que conducen a este error.

Y finalmente explicaré cuál es la buena práctica real que propone la metodología y que frecuentemente se confunde con la inexistente revisión diaria de GTD.

Las revisiones en GTD

Como dice Allen, «un sistema que no se usa no es un sistema». Puedes cambiar tranquilamente «usa» por «revisa» y la afirmación sigue siendo igualmente válida.

Para serte útil, tu sistema GTD necesita estar actualizado. Esto implica que necesitas revisarlo regularmente para sincronizar su contenido con los cambios que constantemente tienen lugar en tu vida y tu trabajo.

Por eso, la revisión más importante de GTD es la Revisión Semanal, parte central del hábito de Reflexionar.

La Revisión Semanal tiene dos propósitos bien definidos.

El primero, mantener tu sistema completo y actualizado —es decir, fiable— semana a semana.

El segundo, ofrecerte una perspectiva global de todos tus asuntos —en qué estado están y cómo evolucionan— también semana a semana.

También en el paso Reflexionar está la revisión de los Horizontes Superiores.

La revisión de estos horizontes más elevados tiene el propósito de recordarte y facilitar la reflexión sobre aspectos de tu vida y tu trabajo que son importantes para ti.

Revisar los Horizontes Superiores sirve, por supuesto, para mantenerlos actualizados, pero, sobre todo, para tener claridad de ideas sobre tus estándares, metas, objetivos, visión, propósito y principios.

Otras revisiones pertenecientes al paso Reflexionar son las Revisiones de Orientación y, en general, cualquier revisión total o parcial de tu sistema que necesites para mantener la perspectiva y la sensación de control.

El error de la revisión diaria de GTD

Este error consiste en creer que existe una revisión diaria de GTD cuando en realidad se trata de un proceso de revisión constante asociado a la elección de qué hacer en cada momento.

Muchas personas piensan que la revisión diaria es echar un vistazo a su GTD todos los días para que no se les olvide nada.

Otras piensan que se trata de revisarlo al comienzo del día para decidir (sobreplanificar) qué van a hacer durante el resto del día, sin volver a revisarlo hasta el día siguiente.

También hay quien piensa que se trata de una revisión para decidir las TMI o reajustar las previamente definidas.

Por supuesto, todo esto son interpretaciones erróneas de la metodología y tienen muy poco que ver con la esencia de GTD.

Lo más parecido que existe en GTD a una revisión diaria es la primera vez que aplicas el paso Ejecutar cada día, como explicaré más adelante.

Causas del error

En mi experiencia hay tres causas mayoritarias de este error.

La primera es que la mayoría de las personas, cuando se acercan a GTD, ya usan algún tipo de lista.

Obviamente estas listas no se parecen en nada a las listas GTD, ya que usar listas es distinto de usar GTD.

Esas listas se revisan poco y, como mucho, una vez al día. Sin embargo, como el hábito ya está desarrollado, la inercia hace que se mantenga cuando se empieza con GTD.

La segunda es la escasa calidad de las fuentes de divulgación de GTD que abundan por Internet y que, en su mayoría, están poco o nada formadas en la metodología.

Como ejemplo de esto, la búsqueda de «revisión diaria gtd» en Google arroja en este momento nada menos que 60.500 resultados.

La tercera es la interpretación errónea de lo que se lee y un ejemplo concreto de esto es mi propio libro.

En él hay un apartado titulado «En qué consiste y cómo se hace la revisión diaria». Lo escribí precisamente para aclarar este error frecuente, aunque tengo dudas de si lo conseguí.

Al inicio de ese apartado digo «Revisar para decidir qué hacer es un hábito diario y, normalmente, frecuente durante el día». Más adelante en ese mismo apartado digo también «hay que revisar para decidir qué hacer varias veces al día, todos los días».

Aun así, me temo que pesa más el subconsciente que el texto explicativo, por lo que mucha gente se queda con revisión diaria = revisión una vez al día.

En qué consiste realmente la revisión diaria de GTD

La inexistente revisión diaria es en realidad una parte de Ejecutar, el paso peor entendido de GTD.

Para elegir qué hacer en cada momento necesitas tener en cuenta la triple naturaleza del trabajo y tus Horizontes Superiores, además del resto de recordatorios de tu sistema GTD.

Cuando eliges hacer un trabajo definido, vas a tus listas de recordatorios y haces una revisión parcial de tu sistema, aplicando previamente un proceso de filtrado.

Lo primero que revisas es tu Calendario. Qué necesitas hacer o saber hoy, a lo largo del día o en momentos concretos.

Lo siguiente que revisas son las listas de recordatorios que tienen sentido en función de tus circunstancias.

Esta primera revisión del día puede ser más amplia que las demás. Por ejemplo, puede que quieras revisar tu lista «A la espera» o alguna de tus Agendas.

En cualquier caso, lo importante es tener claro que, una vez hayas elegido qué hacer y lo hayas hecho, repetirás el proceso una y otra vez durante el resto del día (excepto cuando algo de Calendario lo impida).

En estas repeticiones posteriores probablemente sólo necesites centrar tu atención en unas pocas listas, los Contextos que tienes a mano o alguna Agenda concreta si te vas a reunir con alguien.

Resumiendo, la mal llamada revisión diaria de GTD es un proceso continuo que consiste en revisar varias veces al díatantas como vayas a elegir qué hacer de entre tu trabajo definido—, todas las listas que tengan sentido en función de la circunstancias de cada momento.

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viernes, 12 de noviembre de 2021

Qué necesitas evaluar para medir tu efectividad

Por: José Miguel Bolívar

Voy a dedicar este post a explicar qué necesitas evaluar para medir tu efectividad.

Porque en una cadena de producción, medir la productividad es muy sencillo.

Medir la productividad, es decir, la eficiencia, es tan fácil como establecer una relación entre los recursos que inviertes y el resultado que produces.

En este paradigma cuantitativo, el tiempo se considera un recurso más.

Y aunque el tiempo no se puede gestionar, sí puedes actuar alrededor de él, tanto para producir un determinado resultado en menos tiempo como para producir un resultado mayor en el mismo tiempo.

En el trabajo del conocimiento, sin embargo, la efectividad es otra cosa.

Porque la efectividad incluye la eficiencia, es decir, la productividad, pero también incluye la eficacia.

Y es precisamente ahí, en la eficacia, donde se encuentran los elementos que necesitas evaluar para medir tu efectividad.

La calidad lo define todo

La productividad viene definida por la cantidad mientras que la eficacia viene definida por la calidad.

Pero ¡ojo!, porque la frase anterior se interpreta con frecuencia de manera errónea.

Sobre todo, evita confundir esta calidad con hacer un trabajo bien hecho, porque hacer un trabajo bien hecho es eficiencia, no eficacia.

Un trabajo mal hecho —es decir, un trabajo ineficiente— puede ser muy eficaz.

Eficiencia se refiere a «cómo» hacer las cosas y ese «cómo» va más allá de «hacer más con menos» e incluye «hacer mejor con menos».

La eficacia, por el contrario, tiene que ver con calidad y, en concreto, con la calidad de las decisiones —es decir, con la calidad del pensamiento— y con la calidad de la atención.

En este post me voy a centrar únicamente en la calidad de las decisiones.

Esto es así porque, en una realidad en la que sistemáticamente hay más cosas por hacer que tiempo para hacerlas y en la que muchas cosas se pueden de más de una forma, las decisiones son clave.

Menos priorizar y más posteriorizar

Decía Peter Drucker que establecer prioridades es fácil y todo el mundo puede hacerlo, que la dificultad es establecer «posterioridades», es decir, decidir qué no hacer y permanecer fieles a esa decisión.

Esta verdad aplastante sigue siendo ignorada por muchas personas. Queremos hacerlo todo. Y es normal. Imposible, sí, pero normal.

Lo cierto es que, como hay más cosas para hacer que tiempo para hacerlas, muchas de esas cosas se van a quedar sin hacer.

Y muchas de esas cosas que se van a quedar sin hacer van a ser cosas importantes, urgentes y/o prioritarias.

Por eso es crucial —y por eso aporta tanto valor— decidir qué hacer y qué no hacer. Esto también incluye decidir qué hacer tú y qué delegar para que lo hagan otras personas.

Así que aquí tienes un primer par de elementos a evaluar para medir tu efectividad.

¿Qué tal eres decidiendo qué hacer y qué no hacer y, sobre todo, qué porcentaje cumples de esas decisiones? ¿Qué tal eres delegando todo lo que podrías delegar y haciendo seguimiento de ello?

Cada cosa, a su momento

La eficacia máxima tiene su momento óptimo. Esto significa que existe un momento idóneo para hacer cada cosa.

Aunque en la mayoría de las ocasiones las cosas se pueden hacer antes o después de su momento óptimo, en ambos casos se tratará de momentos sub-óptimos, resultado de malas decisiones.

Elegir qué hacer en cada momento es una competencia que, al no ser innata, es necesario desarrollar.

Y aquí tienes otro elemento esencial a evaluar para medir tu efectividad.

¿En qué medida eliges el momento óptimo para cada cosa que haces? O, dicho de otra forma, ¿qué tal eres eligiendo lo que tiene más sentido hacer en cada momento?

Previendo la eficiencia

Comentaba más arriba en el post que hacer un trabajo bien hecho es eficiencia, ya que la eficiencia se refiere a «cómo» hacer las cosas.

Ahora bien, a menudo existe más de un «cómo» y eso nos enfrenta a un proceso de decisión.

Porque, con muy alta probabilidad, alguno de esos «cómos» será mucho más eficiente que los demás. Del mismo modo, alguno será mucho menos eficiente que el resto.

Por tanto, decidir qué «cómo» es el idóneo, de entre todos los posibles, también aporta un enorme valor.

Esto es así porque se trata de una decisión que condiciona la máxima eficiencia posible que vamos a poder alcanzar en la ejecución.

Asimismo, buscar, idear y probar posibles formas alternativas de hacer las cosas también tiene un impacto positivo en la eficiencia.

Tenemos así otro par de elementos más a evaluar para medir tu efectividad.

¿Cuánta atención dedicas a identificar las opciones disponibles y a elegir la manera óptima de hacer las cosas? Y, ¿cuánto tiempo dedicas a buscar formas más eficientes de hacer lo que haces?

Medir tu efectividad

Si quieres medir tu efectividad, es muy sencillo.

Sólo necesitas responder con sinceridad a las preguntas que te propongo en el post.

En mi experiencia, el espacio de mejora de la mayoría de las personas es inmenso.

Tener claridad de ideas sobre qué te convierte en una persona efectiva —de verdad— puede ayudarte a mejorar, gracias a ir desarrollando los comportamientos adecuados.

Y si lo tuyo es el trabajo del conocimiento y quieres ser una persona efectiva, quédate con esta idea fundamental porque es la única opción: tienes que aprender a pensar.

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viernes, 5 de noviembre de 2021

Productividad Personal Edición 2022: Reflexiones Día 3

Por: José Miguel Bolívar

En este tercer post de la serie Productividad Personal Edición 2022 voy a compartir contigo mis reflexiones sobre las dos últimas secciones de la Introducción del libro.

Descubriendo GTD®

Hace año y pico dejé atrás la herramienta que me había estado acompañando desde que empecé a recorrer el camino para dominar GTD (y no, no voy a decir cuál es la nueva, al menos por ahora).

Mientras le echaba un último y nostálgico vistazo, me di cuenta de que el histórico de la herramienta tenía una fecha inicial posterior a la que yo creía.

Esto es relevante porque el histórico señala la fecha de mi última gran caída de la tabla, momento a partir del cual me empiezo a considerar persona usuaria de GTD (GTD Practitioner).

Esta fecha es agosto de 2017. Teniendo en cuenta que mi primer contacto con GTD fue en abril de 2015, esto nos da nada menos que dos años y cuatro meses.

Comento esto porque, al releer el libro, veo que mi memoria me jugó una mala pasada con las fechas y creo que es importante corregir el error.

No tardé un año y medio en llegar a GTD Practitioner sino casi dos años y medio. Ahí queda el dato.

Cambiando creencias

Todo lo que digo en este capítulo del libro —y en el anterior— lo sigo considerando actualmente válido.

Tanto las creencias como los aprendizajes previos (de supuestas buenas prácticas que en realidad son lo contrario) nos limitan y dificultan el proceso de cambio que implica GTD.

Pero actualmente considero que esto es sólo una pequeña parte del problema, motivo por el que añadiría otros tres grandes obstáculos, tan grandes o más que los anteriores.

Sin comprensión es imposible cambiar

El primero de ellos es la capacidad de comprensión.

El ritmo frenético al que nos movemos está afectando muy negativamente a la capacidad de comprensión de muchas personas.

Comprender es una actividad cognitiva exigente, gestionada por el Sistema 2. Requiere tiempo, atención y energía mental.

Cada vez más, las personas pasan «de puntillas» por los temas, sin profundizar lo suficiente en ellos y, por tanto, sin comprenderlos del todo.

Este déficit de comprensión se contrarresta con pensamiento supositorio, cuando no con pura invención.

Te sorprendería la cantidad de personas que en algún momento me han dicho «como dices en tu libro…» para, a continuación, mencionar algo que no sólo no aparece en el libro, sino que yo jamás diría ni escribiría.

Y lo mismo ocurre con los libros de Allen. En Internet hay evidencias memorables de «Allen dice en su libro…» seguidas por alguna barbaridad que —te aseguro— ni está en ningún libro de Allen ni podría estarlo.

En resumen, esta capacidad menguante de comprensión, combinada con los aprendizajes previos y las creencias, dificulta extraordinariamente aprender GTD.

La soberbia es la madre de la ignorancia

El segundo gran obstáculo que añadiría es la soberbia. Creerte mejor, más inteligente o más «especial» que el resto de las personas.

Me sigue llamando poderosamente la atención la gente que se obstina con «personalizar» GTD —o descartar partes de él— antes siquiera de haber montado su primer sistema.

Porque en el camino para dominar GTD nadie es más listo ni mejor que nadie.

Simplemente hay personas que llevan más o menos tiempo recorriéndolo, que han leído más o menos —y comprendido mejor o peor—, que han seleccionado mejor o peor sus fuentes de aprendizaje y que han sido más o menos humildes.

En función de todo lo anterior, esas personas estarán en puntos muy lejanos del camino.

Lo que es evidente es que sin invertir el tiempo necesario, sin leer lo suficiente —o sin comprender lo que se lee—, sin acceso a buenas fuentes y sin mucha humildad, es imposible aprender GTD.

Por último, una creencia absurda —otro ejemplo de esta soberbia— que está ganando mucha fuerza ahora con la moda del «aprendizaje social»: ignorancia + ignorancia = conocimiento.

Esto es una enorme mentira, como sabe cualquier persona con un mínimo de experiencia en el campo de la formación.

Si yo sé de A y tu sabes de B y ambos compartimos lo que sabemos, será fantástico, porque entonces los dos sabremos de A y de B.

Pero, si yo no sé de A y tú no sabes de B, por mucho que tú y yo compartamos nuestra ignorancia sobre A y B, ambos seguiremos siendo igual de ignorantes, puede que incluso más de lo que lo éramos antes.

El cambio requiere energía

El tercer gran obstáculo es ignorar cómo funcionan los procesos de cambio.

Cualquier hábito que tienes supone un ahorro ingente de energía. Da igual si hablamos de un 80% o de un 95%, lo cierto es que los hábitos te permiten ahorrar energía mental en grandes cantidades.

Esto significa que, cuando aún no tienes el hábito de hacer algo, gastas mucha más energía mental de la que gastarías si lo tuvieras.

Nuevamente, da igual si gastas un 80% o un 95% más de energía, lo cierto es que gastas muchísima más.

Cuando la gente dice que GTD es difícil se equivoca. Lo difícil es cambiar.

Si escribes con la mano derecha y empiezas a hacerlo con la izquierda, te costará mucho. Lo mismo le ocurriría a una persona zurda si cambiara de mano.

Ahora bien, ¿escribir con la mano izquierda es difícil? ¿O hacerlo con la derecha? Todo depende de qué hábito tengas.

Si escribes habitualmente con la derecha, escribir con la izquierda te parecerá difícil aunque no lo es (y si no estás de acuerdo, pregunta a cualquier persona zurda).

El verdadero problema es que escribir con la derecha es un hábito —ahorras mucha energía mental— mientras que hacerlo con la izquierda no lo es —requiere mucha más energía de lo habitual—.

La magia está en que, si perseveras escribiendo con la otra mano, dejará de parecerte difícil y te parecerá fácil.

Difícil es la excusa que usas para referirte a lo que aún no has practicado lo suficiente.

Y con este post finalizo la revisión de la Introducción del libro. En el próximo empezaré con la primera parte: ¿Por qué GTD?

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