viernes, 30 de noviembre de 2018

Superar el email para mejorar la efectividad

Por: José Miguel Bolívar

Decía el maestro Peter Drucker que «para ser efectivo, cualquier trabajador del conocimiento, y especialmente cualquier ejecutivo, necesita disponer de grandes bloques de tiempo continuo». Actualmente la ciencia cognitiva lo ha confirmado, sin lugar a dudas.

También decía el maestro que «aún no me he encontrado una crisis que no pueda esperar noventa minutos». Como ya he comentado en alguna ocasión, yo tampoco.

Leyendo estas dos frases de Peter Drucker, se entiende con facilidad por qué la efectividad sigue alejada de las organizaciones. Una situación lamentable y generalizada que supone un auténtico desastre económico y social, en la medida que las pérdidas por inefectividad son superiores al 40%.

Junto al desconocimiento de la efectividad, y por tanto a la todavía escasa inversión en su desarrollo competencial (en su momento escribiré un post sobre cuando la efectividad no es una prioridad), son varias las causas que explican por qué seguimos estando en la triste situación en la que estamos.

Una de las causas principales de la baja efectividad de las organizaciones, y también una de las más generalizadas, es el mal uso del email, a todos los niveles.

Hace tan solo un par de décadas, el email llegó como reemplazo electrónico de las comunicaciones en papel. Era el gran deseado, un avance tecnológico prometedor, con un enorme potencial para mejorar la productividad.

Por desgracia, la realidad a la que ha conducido es bien distinta, hasta el punto de que el email es hoy uno de los principales agujeros negros productivos en las organizaciones.

Si observamos la forma en la que la mayoría de las personas utiliza el email, podremos observar como se incumplen sistemáticamente las mejores prácticas que recomienda la ciencia cognitiva para aumentar la efectividad.

Por ejemplo, son muchas las personas que tienen activadas las notificaciones del email, de tal manera que, cada vez que llega un nuevo mensaje, permiten que la notificación correspondiente perturbe su concentración. En la mayoría de los casos, no se quedan ahí, sino que abandonan lo que están haciendo para ir a ver qué ha llegado. Y lo que es aún peor, un gran porcentaje de ellas dejará lo que estaba haciendo para ponerse a trabajar en el nuevo email recién llegado.

Este comportamiento que acabo de describir es justo lo contrario de lo que la ciencia cognitiva ha demostrado que es necesario hacer para aumentar la efectividad, en concreto:

  • Gestionar proactivamente las interrupciones. Lo correcto es desactivar todas las notificaciones del email y acudir a él únicamente en determinadas ocasiones.
  • Estar a lo que estás. Está demostrado que la multitarea es una de las prácticas con efectos más desastrosos desde el punto de vista de la efectividad.
  • Empezar y terminar. Retomar una y otra vez los mismos temas sin cerrarlos es una mala práctica asociada a la multitarea y aún más desastrosa que esta para la efectividad.

Otra mala práctica habitual es utilizar la bandeja de entrada del email a modo de «lista de tareas» o «lista de pendientes». Esta mala práctica también es contraria a lo que la ciencia cognitiva ha demostrado como buenas prácticas, que es:

  • Evitar mezclar elementos de significados distintos en una misma ubicación. Lo contrario impide organizar de manera efectiva, ya que aumenta la carga cognitiva sobre el cerebro en lugar de reducirla.
  • Evitar pensar y decidir más de una vez sobre un mismo elemento con un mismo fin. Lo contrario potencia el sesgo cognitivo conocido como «fatiga por decisión» y las consecuencias negativas derivadas de este.

Y la peor y más grave de todas las malas prácticas es utilizar el email cuando no hay que hacerlo en absoluto, por ejemplo, cuando se usa como sustituto de una llamada telefónica, una reunión (presencial o virtual), una herramienta de mensajería instantánea o un repositorio de información.

Al margen de todo lo anterior, la lista de malas prácticas asociadas al uso incorrecto del email es amplísima: poner en copia a personas sin necesidad, utilizar «Asuntos» insuficientemente claros (o incluso dejar el «Asunto» en blanco…), no pensar qué se quiere decir ni estructurar el mensaje antes de escribir…

Como digo, todo esto son malas prácticas generalizadas, que comprobamos una y otra vez cada vez que realizamos uno de nuestros Talleres para la Gestión Efectiva del Email.

Estoy convencido de que el email es una herramienta que, bien utilizada, puede llegar a ser muy útil. También es cierto que cada día hay más alternativas que permiten hacer lo mismo que el email, pero de manera más eficaz. Por ejemplo, en OPTIMA LAB solo utilizamos el email para relacionarnos con los clientes. Internamente dejamos de usarlo hace casi cuatro años y desde entonces utilizamos Slack en su lugar.

El gran problema con el email es que la mayoría de la gente lo usa mal, muy mal. Y esto es un problema porque – que yo sepa – a ningún profesional del conocimiento le pagan por leer y escribir emails.

Por tanto, si una persona profesional del conocimiento pasa la mayor parte de su jornada laboral en su bandeja de entrada del email, se trata con seguridad de una persona poco efectiva, por muy comprometida y trabajadora que sea.

La magnitud del problema es tal que la solución es imposible sin cambios profundos en la cultura de las organizaciones. Es un asunto urgente.

Necesitamos personas en posiciones directivas que entiendan el valor de la efectividad y tengan tanto la voluntad férrea como la claridad de ideas necesaria para liderar este cambio cultural imprescindible. Está en juego la viabilidad de muchas organizaciones.

No hay otra salida. Si eres profesional del conocimiento, además de aprender a pensar y de aprender a trabajar, antes tienes que superar el email para mejorar la efectividad.


lunes, 26 de noviembre de 2018

He sido víctima de un engaño monumental: el Trabajo Duro

Por: Berto Pena

Lo reconozco. Durante muchos anos fui víctima de un engaño monumental. Se llama “trabajar duro”, todavía está muy extendido, y en él caen a diario millones de personas. Sí, y yo fui una de ellas.

Trabajar Duro

Tengo 46 años y durante la mayor parte de mi vida me engañaron (o me dejé engañar) por el “XXX duro”. Primero con el “estudia duro”, y su variante “hincar los codos”. Luego ya con el clásico “trabaja duro y conseguirás todo lo que te propongas”. Lo que me asusta es que sigo escuchándolo. Muchísimo. Cuando en realidad deberíamos escuchar y seguir otras fórmulas o perspectivas. Si no, tendremos más de lo mismo: descontrol, estrés, bajos resultados, insatisfacción.

¿Y qué signfica exactamente “trabajar duro”?

Yo me lo he preguntado durante mucho tiempo. Y lo pregunto porque me gustaría una respuesta clara y específica…

¿Trabajar duro es echar muchas horas? ¿Más horas que la semana pasada? ¿Es trabajar sábados y domingos? ¿Es ir a más reuniones más que ayer? ¿Es decir “sí” a todo lo que pueda? ¿Es estar más tiempo en el Correo o enviar más mensajes? ¿Es hacer mis listas de tareas más grandes? ¿Es apretar los dientes cuando estoy cansado? ¿Es marcarme más objetivos y más grandes que el mes pasado?

¿Es decirme frases motivadoras cuando las cosas no van bien? ¿Es estar siempre localizable? ¿Es responder a todos los mensajes cuanto antes? ¿Es crear y perseguir más prioridades y metas? ¿Es hacer multitarea para atender a todos los frentes posibles? ¿Es correr más cuando mi jefe o clientes piden algo? ¿Es actuar más rápido como si todo fuera urgente? ¿Es aprender más, leer más, suscribirme más y ver más contenido? Lo pregunto en serio, ¿qué significa exactamente “trabajar duro”?

El trabajo cambia… cambia tú también

Cada año que pasa el trabajo se complica más. Cada vez hay más información, más herramientas, más presión, más proyectos y más tareas. Todo corre a más velocidad y los demás también aprietan más. Ante ese difícil panorama mi respuesta fue la que había escuchado desde niño, y la que constantemente me rodeaba: trabaja duro, corre, echa horas, aprieta más. Lo hice así porque me había dejado llevar por la idea de que toda adversidad se soluciona a base de voluntad y horas.

La forma de “trabajo duro” que me ha funcionado ha sido moverme con criterios, crear una red de hábitos a mi medida, y diseñar un método para trabajar mejor con menos esfuerzo.

Así y todo, por supuesto que no todo es color de rosa. Hay días de mierda y cosas que se tuercen; muchas veces porque yo no lo hago bien. Pero tengo clarísimo esto: si supero los retos que me pone el trabajo, no es por “darle duro”, sino por trabajar de forma más inteligente. Con criterio, hábitos y método.

Trabajo inteligente… ¿y eso qué es?

Trabajar guiado por unos criterios, un rumbo y una intención. Trabajar impulsado por unos hábitos elegidos y construidos a propósito. Trabajar siguiendo un método y un sistema que aligera y simplifica la carga diaria de proyectos, clientes, urgencias y correos.

¡Claro que hay que “echar horas! El trabajo no se hace solo y requiere de tiempo, energía y atención. El trabajo duro ya se te supone. Pero primero hay que hacerlo con criterio, hábitos y método.

Haber invertido en crear mi red de hábitos de trabajo, seguir empeñado en actualizar y mejorar mi sistema operativo personal, no me han hecho más productivo. Realmente eso nunca me ha interesado, no es lo que en el fondo busco. Sino tomar el control de mi trabajo, construir y avanzar sin ahogarme cada día, y disfrutar de verdad de mi vida personal y familiar, que es mi verdadero tesoro.

Creo que cada año que pasa necesitamos más rumbo y dirección, y menos “caballos” y fuerza bruta. Casi en el 2019 que estamos, necesitamos más trabajo inteligente y menos trabajo duro.

Gracias por haberme acompañado en esta reflexión.

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domingo, 25 de noviembre de 2018

GTD. Píldoras con atención de calidad

Por: David Torné

Dejarlo de lado todo para centrarte en una actividad de forma exclusiva. Iniciarla y finalizarla sin dejarla a medias, con la seguridad de que todo queda cerrado, sin ningún nada a concretar. Esto es atención de calidad.

Dividir tu foco, aceptar cortes en tu flujo de trabajo, incluso dar cabida a la multitarea…  Tu atención es superficial y el resultado de tu trabajo irregular.  Uno no se siente satisfecho.

En todas las disciplinas lo que importa son las bases. La atención de calidad es uno de los pilares de la productividad personal. Una vez entendido toca preguntarse  ¿Cómo  puedo cultivarla de forma eficaz?.

GTD. Atención en momentos clave

En un mundo cada vez más disperso, con más ruido, cada vez es más difícil parece imposible encontrar espacios para la atención de calidad pero la solución es más sencilla de lo que parece.

Basta con introducir pequeñas píldoras de atención que te permitan hacer bien actividades clave.

¿Y que tiene todo esto que ver con Getting Things Done (GTD)? Pues todo. GTD es el vehículo para introducir esas píldoras en tu organización personal.

El sistema no es nada más que un conjunto de pasos muy simples para gestionar el flujo de actividad. Cada uno exige atención exclusiva a una actividad simple y concreta.

El hecho de prestar atención a cada una de esas actividades clave en el momento adecuado genera un valor que sumado crea un efecto compuesto. El beneficio total es mayor que la suma del valor individual de cada uno de los pasos.

  • Capturar. Interrumpo de forma breve mi actividad para anotar una idea. Se trata de un microcorte. No pienso en el tema en sí sólo lo registro
  • Procesar/Transformar. Inicio un proceso exigente en cuanto a tiempo y energía para vaciar mis bandejas de entrada de “inputs”. Dedico mi atención a definir “Que tengo que hacer” para transformar la anotación en acción.
  • Decido cuando lo tengo que hacer. Enviar cada acción a la lista del sistema que corresponda. Lo hago después de transformar cada acción al procesar las bandejas de entrada o al puntear las listas durante la revisión semanal. Se trata de una actividad con entidad propia aunque se integre en otras con mucho más protagonismo.
  • Revisar/Reflexionar. Decidir cuáles serán mis próximos pasos y corregir mis listas. Unos minutos al final de la jornada para comprobar que tienes para mañana o un par de horas para tu revisión semanal para tomar decisiones sobre en que trabajar durante los próximos siete días.
  • Hacer. Escoger que será lo próximo que haré. Divides tu lista de próximas acciones por contexto, energía y/o tiempo según las condiciones del momento. Escoges y haces.

Atención, materia prima

Cada píldora de atención, y de dedicación, que has aplicado en los cuatro primeros pasos del sistema se encadenan para facilitar lo que sucede en el quinto: El momento de hacer. Te conducen elección sencilla, sin dubitación ni demora, para pasar a la acción.

Y así es cómo esas cinco píldoras de atención se entre combinan, se encadenan, para generar valor. Un valor que se traduce en resultados, en ver como tu actividad progresa, en convertir tus ideas en algo tangible. Todo ello con menos estrés y frustración que cuando trabajabas a pecho descubierto, sin un sistema.

En un mundo en que la atención es una materia prima cada vez más valorada, articular mecanismos para introducirnos en el trabajo deliberado o asegurar breves momentos de calidad para nuestro desempeño marca una diferencia con el resto.

Me desespera al ver como la dispersión merma la calidad de lo que hacemos y la satisfacción del como lo hacemos. Cuando hablo de ello siempre me centro en lo negativo pero hoy acabo el articulo con un sabor de boca distinto, dulce y optimista.

Photo by Sharon McCutcheon on Unsplash


viernes, 23 de noviembre de 2018

Cuántos proyectos debo tener si uso GTD®

Por: José Miguel Bolívar

Una de las grandes aportaciones de GTD® es que permite cambiar de manera radical la forma en la que la mayoría de las personas trabaja, ofreciendo una alternativa incomparablemente más efectiva.

Como comentaba en su día, preguntar cuántos proyectos debes tener ya deja entrever muchas cosas. La más «grave» es esa falta de humildad tan característica de la que todas las personas pecamos al acercarnos a GTD® por primera vez.

Acepta que las cosas son como son, no como a ti te gustaría que fueran. A la realidad le da exactamente igual lo que tú creas, opines o pienses al respecto. Ella es así 🙂

Dejando esto a un lado, el número de proyectos es algo que, al menos en parte, puede caer en tu zona de influencia.

Digo «en parte» porque la mayor parte de tus proyectos simplemente «los tienes», tanto si quieres como si no. Me refiero a todos aquellos resultados que requieren más de un paso para completarse y para los que respondiste «sí» a la pregunta «¿requiere acción?» cuando aclarabas la captura correspondiente.

Aun así, habrá algunas situaciones en las que sí podrás decidir si quieres activar ese proyecto o, por el contrario, dejarlo incubando o incluso ignorarlo.

En cualquier caso, la primera realidad que tienes que interiorizar es que hay cosas que «requieren acción» por sí mismas, te guste o no. Si esas cosas que requieren acción son muchas, y además necesitas más de un paso para completarlas, entonces tendrás muchos proyectos.

Esta es una realidad incómoda que normalmente genera rechazo en muchas personas. Por ridículo que parezca, preferimos ignorar con comodidad a ignorar con seguridad.

Por otra parte, es importante entender que la lógica de GTD® es muy distinta de la práctica habitual de la mayoría de profesionales. Mientras que GTD® plantea trabajar en amplitud, en la mayoría de las organizaciones, la gente trabaja por intensidad.

Trabajar por intensidad significa que, cuando se empieza a trabajar en un resultado, se intenta avanzar al máximo para terminarlo en el menor número de días. ¿Por qué?

Por una parte, porque la gente está sumida en un círculo vicioso en el que casi todo se acaba convirtiendo en urgente, bien porque no se le hizo caso en el momento en que apareció, sino cuando explotó, bien porque con las prisas del último momento se hizo una chapuza, y las chapuzas casi siempre vuelven en forma de emergencia.

Por otra parte, porque también hay mucha gente que cree que un resultado que tiene que alcanzarse obligatoriamente antes de una fecha determinada, si la fecha es lejana, no «requiere acción», al menos por ahora. Esto es – evidentemente – falso. Si tienes que hacer ineludiblemente algo, «requiere acción» por definición desde el momento en que te lo encuentras.

Una razón adicional es que la mayoría de la personas carece de un sistema externo de recordatorios fiable, es decir completo, actualizado y accionable, por lo que la cantidad de temas que puede gestionar en paralelo es muy limitada.

Por último, porque se ha generado una creencia colectiva absurda y estúpida de que tardar menos días en hacer las cosas «es mejor». ¡Ojo! Que no hablo de hacerlas «antes» ni en «menor número de horas de trabajo», sino de hacerlas dedicando el mismo número de horas y terminándolas en la misma fecha, solo que «en un menor número de días».

El valor del trabajo en el trabajo del conocimiento procede de pensar, de hacer bien las cosas correctas y de hacerlas en el momento adecuado, pero da exactamente igual cómo distribuyas el trabajo a lo largo del tiempo, siempre que el resultado:

  1. Esté hecho para la fecha acordada.
  2. Haya requerido el mismo número de horas.
  3. Tenga la misma calidad.

Para asegurarme de que se me está entendiendo bien, voy a poner un ejemplo concreto de lo que estoy hablando.

Te piden el día 5 que tienes que entregar un trabajo el día 15 de ese mismo mes. Es un resultado que por experiencia sabes que se puede completar en unas 8 horas netas de trabajo.

El 99% de las personas que no usan GTD® dejará ese tema pendiente hasta dos o tres días antes de la fecha límite y luego se dará el «atracón» para entregarlo a tiempo. Lo normal de esta forma de trabajar es que haya muy pocos los casos en los que el trabajo sea de calidad y esté terminado antes de la fecha límite.

Por el contrario, una persona usuaria avanzada de GTD® activará este proyecto tan pronto se lo encuentre al aclarar su bandeja de entrada (ya que «requiere acción»), de tal forma que tendrá una «siguiente acción» visible en el contexto correspondiente desde el primer momento. Lo normal de esta forma de trabajar es que el resultado esté terminado antes de la fecha límite y sea de calidad.

Observa que el trabajo que requiere el resultado en ambas formas de trabajar es idéntico: 8 horas.

Ahora bien, de la primera forma, además del estrés evitable que te generas, te pones en manos de los imprevistos y de la (in)capacidad de reacción de terceras personas, a la vez que haces muy difícil poder aprovechar cualquier tipo de sinergia.

De la segunda forma, el estrés autogenerado desaparece, los imprevistos pasan a ser algo secundario (ya que hay tiempo de sobra para reaccionar), los retrasos de terceras personas tienen un impacto marginal y, por si fuera poco, puedes aprovechar múltiples sinergias.

La realidad es que, lo mires por donde lo mires, hacer un trabajo de 8 horas repartido en dos o tres días es peor opción que hacerlo repartido en diez días. Tienes más presión y menos capacidad de reacción ante imprevistos.

El problema de trabajar en intensidad es que supone avanzar mucho, pero sobre muy pocos proyectos. De hecho, sobre una mínima parte de ellos, lo que significa que la mayor parte de tus asuntos pendientes están parados la mayor parte del tiempo.

Sin embargo, trabajar en amplitud supone avanzar poco, pero permite hacerlo sobre muchos proyectos en paralelo. De hecho, sobre la mayoría de ellos, lo que significa que la mayor parte de tus asuntos pendientes avanzan de forma regular, aunque sea «despacito».

Lo creas o no, la segunda forma solo ofrece ventajas ante la primera. Es como fabricar coches de uno en uno o en una cadena de montaje. No admite discusión, ya que hablamos de otro orden de magnitud en cuanto a efectividad.

Entender que trabajar en amplitud es incomparablemente más efectivo que trabajar en intensidad es algo que requiere tiempo, ya que supone un cambio profundo de paradigma y conlleva adquirir nuevos hábitos y eliminar diversas creencias limitantes.

Si lo consigues, lograrás aumentar tu efectividad de manera espectacular, eso sí, siempre que te asegures de «cerrar cajas» al ritmo adecuado. ¡Ah! Y de paso, averiguarás la respuesta a la pregunta que da título a este post 😉


viernes, 16 de noviembre de 2018

Ownership y proactividad, imprescindibles para la efectividad

Por: José Miguel Bolívar

Ya sabes que la efectividad es una competencia transversal clave para lograr resultados. Es una competencia porque se trata de un conjunto de comportamientos observables que cualquier persona puede aprender y aplicar. Es transversal porque es necesaria para cualquier profesional del conocimiento, se dedique a la actividad que se dedique.

Ahora bien, los comportamientos expresan actitudes, que son predisposiciones a actuar de determinada manera ante situaciones concretas.

Las actitudes son muy importantes, porque permiten predecir conductas, es decir, comportamientos.

En las últimas Jornadas OPTIMA LAB dedicamos buena parte de nuestro tiempo a reflexionar sobre dos actitudes sin las cuales, al igual que sucede cuando falta el propósito, la efectividad es prácticamente imposible. Me refiero a la proactividad y el ownership.

La proactividad se refiere a la actitud anticipatoria, previsora, orientada al cambio y a la acción​. Implica actuar antes de que una situación futura ocurra, en lugar de limitarse a reaccionar ante ella.

Conlleva asumir el control sobre la situación y hacer que las cosas sucedan, en lugar de simplemente adaptarse a las circunstancias, o esperar a que suceda algo.

Una persona proactiva no necesita que se le pida que actúe, ni requiere instrucciones detalladas. Tampoco se detiene ante un problema, sino que analiza posibles soluciones, elige una y la propone, es decir, es parte de la solución, no solo del problema.

El término ownership es una abreviación de «sense of ownership» y proviene de un concepto llamado «psychological ownership», el cual significa que podemos sentir que «poseemos» algo aunque no se trate de un objeto físico.

Aplicado a un trabajo, significa que la persona asume la responsabilidad sobre la consecución del resultado. Expresar ownership es lo opuesto a «pasar la pelota» a otras personas o a inventar excusas para justificar por qué no se está haciendo todo lo necesario, durante el tiempo que sea necesario, para lograr el resultado.

Aplicado a un resultado delegado, una persona con esta actitud permite que quién delega tenga en ella confianza total.

Reconozco mi fascinación por ambas actitudes. Durante mi trayectoria profesional en diversas organizaciones punteras en sus respectivos campos, y particularmente durante mi etapa en Recursos Humanos, tomé conciencia de la enorme escasez que existe en las organizaciones de estas dos cualidades.

Poder trabajar con personas proactivas y con ownership es lo más parecido a que te toque la lotería en el aspecto profesional. Es garantía de excelentes resultados, aprendizaje constante y un inmejorable ambiente laboral. Confiar plenamente en las personas con las que trabajas no tiene precio.

Lamentablemente, el sistema educativo primero, y las (in)culturas organizativas después, hacen un concienzudo trabajo de destrucción de estas dos actitudes desde que somos niños, primero, y en los comienzos de nuestras carreras profesionales, después.

En lugar de fomentar la iniciativa, la asunción de riesgos, el sentido crítico o la resiliencia ante los fracasos, anulan esas actitudes y fomentan la conformidad, la pasividad, el conformismo y la falta de criterio.

Se entrena a la gente a hacer sin pensar, en lugar de educarla a pensar antes de hacer.

Las metodologías para el desarrollo de la efectividad personal como competencia enseñan estrategias concretas y técnicas sencillas, pero no pueden inculcar aptitudes, porque la actitud «sale de dentro». Una persona puede conocer e incluso aplicar bien estas metodologías y a pesar de ello ser poco o nada efectiva.

Eso es así porque la efectividad se mide en función de los resultados que se consiguen y de los propósitos que se satisfacen. Es un criterio cualitativo. Si se logran los resultados y se cumple el propósito, se aporta valor. En caso contrario, se pierde el tiempo.

Por eso, antes de obsesionarte con dominar una metodología de efectividad personal, deberías responderte con sinceridad a un par de preguntas.

La primera es ¿soy una persona proactiva?

Para responderla, evalúa en qué medida piensas antes de hacer; si te paras a prever y a anticipar necesidades, riesgos, oportunidades o problemas futuros o te pones directamente a hacer sin más; si te aseguras de haber entendido qué tienes que hacer o si por contrario lo supones; si preguntas «¿qué más puedo hacer?» o esperas a que te digan; si cuando encuentras un problema te paras, o se lo pasas a otro, o por el contrario buscas alternativas y planteas soluciones.

La segunda es ¿soy una persona con sentido del ownership?

Para responderla, evalúa hasta qué punto asumes como propios los resultados que te piden otros, sea un cliente, un proveedor, tu jefa o una amiga; si intentas «pasar el muerto» a otras personas o te responsabilizas por completo del tema; si ante tus errores tu foco se centra en encontrar soluciones o en buscar excusas; si tu compromiso cuando te encargas de algo es total e ilimitado o te limitas a «hacer lo que te han dicho»; si la gente que te pide algo tiene confianza absoluta en que el resultado será el esperado en plazo y calidad o si cruzan los dedos y esperan con poca fe.

Si has respondido afirmativamente a ambas preguntas, enhorabuena. Eres un ejemplo de profesional de alto valor. Tus clientes y proveedores confían en ti y te respetan; tus superiores te valoran y no quieren perderte de ninguna manera; y tus compañeros y amigos saben que pueden confiar en ti sin restricciones.

En caso contrario, está muy bien que te plantees aprender alguna metodología de efectividad personal, pero mi consejo es que, si realmente quieres sacarle partido, antes dediques el tiempo necesario a cambiar tus actitudes.

En la práctica, una persona reactiva y carente de sentido de ownership difícilmente superará la mediocridad. Y aunque aprender una metodología de efectividad personal supondrá sin duda una mejora importante, siempre será una mejora limitada, porque el ownership y la proactividad son imprescindibles para la auténtica efectividad.


martes, 13 de noviembre de 2018

5 razones para mirar la Agenda más a menudo

Por: Berto Pena

La Agenda es una herramienta que no se utiliza todo lo que se debería. Nos centramos en lo justo: anotar cuando hay alguna reunión o llamada, mirar "cómo pinta la semana siguiente" y poco más. Y es una lástima, porque es una herramienta de control, decisión e intención con la que invertir mejor tu tiempo y aumentar resultados.

agenda

Tan a mano como la lista de tareas

Deberíamos consultar la Agenda más a menudo, utilizarla más, tenerla más a la vista. Es, junto con tu lista de tareas, una de las dos patas sobre las que te deberías de apoyar para tomar el control de tu actividad. Pero sobre todo para dirigir y llevar esa actividad hacia donde a ti te interesa, con proactividad, iniciativa y decisión. En lugar de actuar en modo reactivo, como está tan de moda ahora, eres tú el que empiez a decidir.

Yo te animaría a tenerla abierta, a la vista todo el día. Y si eso te parece excesivo, al menos mirarla muuuuuuucho más a menudo. Estas son mis cinco razones favoritas para hacerlo.

1Bloqueas tiempo y decides por adelantado

Hay una parte de tu tiempo (día, semana…) que, por mucho que quieras, nunca vas a tener para ti. Se lo tendrás que dar o ceder a los demás: compañeros, clientes, jefe, familia, etc. Pero hay otra parte que te tocará defenderla a ti para poder invertirla en lo que te interesa. Eso se consigue bloqueando por adelantado tiempo para las cosas que quieres que pasen. Pueden ser prioridades, puede ser tiempo de calidad para tu trabajo más importante, puede ser tiempo libre para ti… Tú decides. Pero decide ya, cuanto antes. Porque si no lo haces, otros lo harán por ti.

2Aprovechas los días y momentos más despejados

En términos de citas, eventos y reuniones, no todos los días son iguales. E incluso dentro de un día, la tarde no siempre está igual de saturada que la mañana, o viceversa. Tienes que ver esto por adelantado y aprovechar intencionadamente los días o mmomentos menos cargados. ¿Cómo? Reservando ese tiempo para ti y programando trabajo de valor para esos ratos, eligiendo con intención. Ya que lo tienes (o has peleado par conseguido), asegúrate de hacer ahí cosas que de verdad te hagan avanzar. No esperes al último momento para improvisar. Encuentra ya esos ratos más suaves y aprovéchalos proactivamente.

3Identificas los días más “fragmentados”

¿Recuerdas cuando antes teníamos los discos duros “fragmentados”? Pues así están las agendas de muchas personas. Con eventos y citas dispersas que salpican toda la mañana o la tarde. A veces eso no lo puedes elegir, pero otras veces te pasa porque vas rellenando el calendario sin criterio. Sea como fuere, tienes que adaptarte a días así. ¿Cómo? Con un plan de trabajo para ese día con tareas más pequeñas y fácilmente encajables en días tan enrevesados. Compartimenta las tareas, divídelas, y trabaja más con subtareas y acciones pequeñas.

4Puedes reservar un día o una mañana sin nada

Hay una parte importante de tu trabajo que no puedes hacer en huecos, ni a tirones, ni distraído pensando en la próxima reunión. Tienes que sentarte, tener cierta tranquilidad y sobre todo centrarte. Una opción que a mí siempre me ha funcionado es bloquear por adelantado (otra vez este importantísimo concepto) un día sin citas, o una mañana o una tarde, si es que no puedes más. Y si eso es demasiado, al menos reserva las tres primeras horas de un día de tu semana. Tener eso cada semana, además de los otros huecos que tú puedas reservar (punto 1 anterior), te dará una ventaja brutal a largo plazo.

5Enfrías nuevas peticiones y propuestas

Uno de los principales fallos de la gente con la Agenda es aceptar impulsivamente cualquier petición de reunión, llamada, comida o visita. NUNCA lo aceptes en caliente, déjalo enfriar y sobre todo contrasta esa nueva propuesta con tu Agenda. Si la tienes delante podrás tener una visión global de tu día, semana o mes, más criterios de decisión, y podrás negociar con una contraoferta que te permita tener eso y a la vez proteger tu tiempo.

De todo lo que acabo de compartir contigo, quiero quedarme con una idea a la que yo cada vez le doy más importancia: que tu Agenda se debe manejar con decisión, intención y proactividad. No es algo para rellenar y luego quejarte porque tienes muchas reuniones o un día complicado.

Es cierto que muchas veces uno no puede elegir. Los demás lo hacen por nosotros y no siempre tenemos margen de maniobra. Cierto. Pero no menos cierto es que otras muchas veces sí que podríamos hacer algo. Es tu día, es tu semana, es tu tiempo.

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domingo, 11 de noviembre de 2018

Crear una base sólida para tu productividad

Por: David Torné

Lo del post de hoy son el grano – la sustancia – de lo que he recogido de todo esto de la productividad personal.

Uno intenta aprender lo que puede, lo pone en práctica, se va dando de cabeza en la pared y lija las aristas que sobres salen y sigue adelante.

Cada vez tengo más claro que en cuando a la autogestión se refiere  yo no sé nada, pocas cosas me quedan claras pero de esas pocas creo que estas son algunas de las más importantes :-)

Sobre tu progreso

La mejora personal no será una progresión en línea recta. En todo proceso esta línea describe valles y picos. Lo importante es que la tendencia que dibuja sea ascendente. Se pueden dar pasos atrás después de avanzar. Entenderlo te evita caer en la frustración y el derrotismo.

Entiende tu progreso no será igual de visible trabajando el día a día que tu largo plazo. Implantar tu sistema de listas (GTD y los 5 pasos) no será el mismo que aprender a planificar o mejorar en cómo lograr tus objetivos.

El intervalo de desarrollo y los resultados se mueven en una escala temporal de distinta magnitud (días/semanas vs meses/años). Ten en cuenta que la inversión en recursos o el coste emocional tampoco es el mismo.

En los objetivos entran en juego otros aspectos como mantener la motivación y adaptarse a los imprevistos que surgirán durante este gran período de tiempo.

“Tener éxito en obtener el control de tu actividad no implica la misma capacidad para dominar el largo plazo”

El valor de los pequeños pasos

Desde implantar mi sistema a implantar un hábito. A menudo lo que quiero hacer es fácil de entender y parece igual de sencillo de llevar a la práctica pero no es así.

Cambiar el comportamiento es difícil. Cuando arrancas tu sistema GTD introduces una gran cantidad de nuevos hábitos. Parar de trabajar para captura, procesar bandejas de entrada, revisar a diario y al finalizar la semana… Te sobrecargas y abandonas.

“Para realizar una gran empresa hay que actuar en pequeño”

Dar pequeños pasos, mínimos, ridículos, ayuda a batir la resistencia. Con ello se consigue que el cambio germine y hacerlo crecer hasta convertirlo en significativo.

* Significativo: puede ser algo tan gris como conseguir reservarte tiempo para leer cada día o completar la secuencia para implantar GTD cómo sistema de productividad.

La capacidad para aplicar microcambios en tu vida es una habilidad clave a dominar.

Volver a empezar

Durante estos años he desarrollado una capacidad –  sin yo buscarla – fundamental para persistir y progresar. Es la capacidad para volver a empezar de cero.

Ya sea para grandes asuntos o las labores diarias uno debe tener la capacidad de resetar y volver a empezar sin la carga negativa acumulada, ya sea por los malos momentos del día anterior o por la tentativa fallida de alcanzar un objetivo.

Si un día me va mal al día siguiente vuelvo a empezar de cero. Sin frustración ni quejas. Vuelvo a la acción como si las volviera a empezar, teniendo en cuenta lo que ya he hecho y lo que ya sé que no funciona.

Si no lo consigo al seguir un hábito, el lunes siguiente vuelvo a empezar dando el mismo paso – pequeño cambio – que he intenté dar la semana pasada, o si lo veo conveniente intento avanzar en otra dirección.

Tengo derecho a equivocarme. Si no sale bien no es el fin del mundo. Me ha costado mucho entender que siempre hay margen de error. Puedo caer, reponerme, pensar en que no ha salido bien y volver a intentarlo.

Esto no es caer en la indulgencia, forma parte de ser humano. Lo imperdonable sería caer del vagón y abandonar.

Tener un sistema

La pieza central de mi productividad es mi sistema. Un sistema me permite actuar de una manera predeterminada ante los problemas y los imprevistos que se presentan cada día.

Seguir unas pautas me permite actuar en “modo automático”. No me detengo a pensar que tengo que hacer ni me veo desbordado cuando se acumulan los asuntos.

Getting Things Done (GTD) para obtener el control del día a día.

Necesitaba un sistema por el largo plazo. Los niveles de perspectiva de GTD te pueden ayudar a decidir qué quieres conseguir pero moverse por objetivos, por una visión, implica el paso del tiempo.

“Durante este intervalo de tiempo pueden cambiar las circunstancias, lo que implica dar un giro y dejar de lado objetivos y grandes proyectos. ¿Y entonces qué?”

Un sistema por el largo plazo significa hacer, o mejor dicho vivir, de una forma que permita cosechar siempre algo de lo que se siembra. Aunque no alcanzamos el objetivo siempre podemos incorporar nuevos conocimientos, nuevos contactos y recursos a incorporar a tu perfil.

El proceso consiste en una mejora incremental que a medida que avanza nos convierte en alguien más consistente. Trabajar en pequeño para conseguir algo grande.

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viernes, 9 de noviembre de 2018

Herramientas: Tu mayor enemigo para aprender GTD®

Por: José Miguel Bolívar

Obsesionarte con encontrar o construir la herramienta perfecta, en lugar de comenzar con lápiz y papel, como recomienda David Allen, es uno de los 10 errores típicos al empezar con GTD® y, probablemente, uno de los más frecuentes y con más graves consecuencias.

De hecho, en los cursos de formación GTD® oficial que facilitamos desde OPTIMA LAB, la pregunta «¿pero habrá herramientas que ayuden a aplicar todo esto, verdad?» es una de las que nunca puede faltar.

Se trata de una pregunta hasta cierto punto lógica ya que, junto a su enorme potencial y capacidad transformadora, el primer contacto con GTD® deja también prever que nos encontramos ante algo de mayor envergadura que las «técnicas» inútiles que cuentan en los cursillos de «gestión del tiempo».

Es por tanto comprensible que nuestra primera reacción sea reducir el impacto del trabajo que se avecina, ¿y qué mejor que hacerlo con alguna app, herramienta o gadget?

La mala noticia es que esta reacción de nuestro Sistema 1por lógica y natural que sea, nos pone en una situación que, lejos de ayudarnos, nos perjudica de cara a la consecución de tu objetivo, que es aprender GTD®.

Algo que necesitas tener claro si quieres lograr tu objetivo es que esto va de desarrollar un conjunto de hábitos, es decir, un conjunto de comportamientos observables que realizarás sistemáticamente en determinadas situaciones.

Los beneficios de aplicar GTD® provienen de «qué haces» y la aportación a estos beneficios de «con qué lo haces» es marginal. Si tuviera que dar cifras, diría que GTD® es un 98% hábitos y un 2% herramienta.

Y de aquí viene el problema, porque la gente, en lugar de invertir sus recursos en generar los hábitos – que es lo que va a mejorar su efectividad – los invierte en encontrar, construir o «tunear» una supuesta «herramienta perfecta», lo cual es absurdo, por inalcanzable.

Ninguna persona, cuando está empezando con GTD®, tiene criterio para saber si una herramienta es la ideal para ella o no lo es, de tal modo que, aunque la tuviera delante de sus narices, no sabría reconocerla. En consecuencia, va a dedicar sus recursos a fracasar con garantías y va a terminar usando una herramienta que, lejos de ayudarla, le va a poner muy difícil aprender GTD®.

Otra cosa que es importante tener claro es que actualmente no existe ninguna herramienta que sea perfecta para aplicar GTD®. A todas – sin excepción – les faltan cosas para ser «perfectas». Y peor aún, a todas – sin excepción – les sobran cosas para ser «perfectas».

El principal problema que acarrea esta obsesión por encontrar la «herramienta perfecta» es que – como decía un lector en un comentario hace unos meses – la herramienta «se come» a la metodología, es decir, la sustituye, pero de forma equivocada.

La gran mayoría de las supuestas «herramientas GTD®» modifican de alguna manera los conceptos originales, cuando no los suprimen parcialmente o los implantan de manera errónea, impidiendo así la correcta aplicación de la metodología.

Esto causa mucha confusión, sobre todo al principio, ya que además de aprender el correcto significado de cada concepto de GTD® y a separarlos de su significado habitual, hay que «luchar» contra la herramienta y recordar que lo que en la herramienta se llama «A» es lo que en GTD® significa «B» aunque en nuestro mundo pre-GTD significaba «C»…

Si a lo anterior sumamos la falta de humildad que todas las personas hemos demostrado al acercarnos por primera vez a la metodología, y que nos ha llevado a intentar «mejorarla» y «adaptarla», ya tenemos servida la catástrofe.

La idea que me gustaría que te llevaras de este post es sencilla: olvida la herramienta y céntrate en los hábitos.

Si yo naufragara mañana en una isla desierta, podría seguir aplicando GTD® sin problema, escribiendo mis listas sobre una roca o sobre la corteza de un árbol. Y me funcionaría igual de bien. Porque tengo adquiridos los hábitos.

Por otra parte, cada GTD® Certified Trainer de OPTIMA LAB utiliza una herramienta distinta. ¿Qué te dice eso en cuanto a la existencia de una supuesta «herramienta perfecta»?

Lo que tienes que entender es que la herramienta GTD® perfecta es inexistente.

La herramienta perfecta es la que se adapta mejor a tus capacidades y necesidades de cada momento, lo que significa que, muy probablemente, tendrás distintas «herramientas perfectas» a lo largo de tu camino para dominar GTD®.

En concreto, cuando estás empezando:

  1. El primer requisito de tu primera «herramienta perfecta» es que tienes que dominar ya su uso. Eso descarta automáticamente cualquier «nueva» herramienta. Y fíjate que digo «domines» en lugar de decir «conozcas». Es necesario que la sepas usar bien, con soltura, para que te sea útil.
  2. El segundo requisito es que tiene que ser ubicua, es decir, tiene que ir siempre contigo. No sirve – repito – no sirve ninguna herramienta que no puedas llevar siempre contigo, y da igual por el motivo que sea. Recuerda que estás hablando de tu «mente extendida»…
  3. El tercer requisito, y el más importante de todos, es que tienes que utilizar la herramienta aplicando lo que dice la metodología. Resiste la tentación de «mejorar, interpretar o adaptar» la metodología, porque – con seguridad – lo vas a hacer mal y vas a fracasar en la adopción de GTD®.

Si tienes la humildad para admitir que careces de criterio para juzgar o cambiar nada de GTD®, y aplicas estrictamente los tres consejos que acabo de darte, habrás aumentado espectacularmente tus probabilidades de terminar aplicando y dominando GTD®.

En caso contrario, lo repito una vez más para que no te quede la menor duda, tienes casi garantizado el fracaso. Tenlo siempre presente: las herramientas son tu peor enemigo para aprender GTD®.


lunes, 5 de noviembre de 2018

Los 7 procesos que tienen los equipos más productivos

Por: Berto Pena

Un punto débil que cada vez veo más en los equipos con los que trabajo es la falta de procesos internos. Procesos, metodología y protocolos que definen cómo vamos a hacer ciertas cosas en el trabajo. Esto, que yo como gestor de equipos desprecié durante años, es vital para el rendimiento y resultados de tu equipo. Porque hoy más que nunca, no manda el cuánto hacéis sino el cómo hacéis las cosas.

procesos equipo

¿Qué es un proceso?

Venga, me lanzo con una definición: un proceso es una forma de proceder que acordamos y definimos internamente en el equipo, y que nos va a ayudar a actuar de una forma concreta en una situación determinada. ¡Toma ya! Vale, ahora va la definición de andar por casa: «cuando pase esto, vamos a hacerlo así, vamos a enviarlo a esta persona, o nos vamos a comunicar de esta manera».

Un proceso es a la vez hábito colectivo, método a seguir y cultura interna que define cómo hacemos las cosas.

¿Para qué sirven los procesos?

Realmente para muchas cosas. Por citar algunas de las más importantes:

  • Unificar criterios y respuestas hacia afuera (clientes).
  • Saber cómo actuar en ciertas situaciones (urgencias o imprevistos).
  • Evitar mala (o falta de) comunicación interna y externa.
  • Garantizar el flujo de información y actualizaciones.
  • Evitar descoordinaciones y malentendidos dentro y fuera.
  • Y hasta para acelerar la incorporación de nuevas personas en el equipo.

Los procesos crean un lenguaje común entre todos los que trabajamos aquí mil horas al año. Lo que significa que simplifican mucho ciertas cosas del trabajo, aligeran muchas tareas repetitivas, alivian o reducen determinadas situaciones, y eliminan problemas y piedras en las que un equipo muchas veces tropieza una y otra vez.

¿Quién está a cargo de los procesos?

Aunque cualquier miembro de un equipo puede contribuir y liderar, es el manager o coordinador quien debería definir y acordar los procesos de su equipo. Y no solo en la puesta en marcha, sino casi constantemente, supervisando, redefiniendo y creando nuevos si fuera preciso. Porque vigilar la salud productiva de un equipo se ha convertido en una de las principales tareas de todo buen líder. No concibo un equipo que llegue a un alto rendimiento sin procesos hablados y trabajados.

¿Qué tipo de procesos nos convienen?

El número, tipo y manera en que se definan los procesos, dependerá claro está de cada equipo y sus necesidades. Pero sí que es cierto que hay algunos “imprescindibles”, comunes a casi cualquier equipo. Estos son mis siete procesos favoritos:

  1. Cómo vamos a comunicar interna/externamente un retraso sustancial, o un cambio de fechas en una entrega: canal-herramienta a utilizar, personas a informar, etc.
  2. Cómo nos vamos a coordinar y comunicar con el resto de equipos: reuniones periódicas, actualizaciones por correo, herramienta de proyectos o tickets, etc.
  3. Definir qué es para nosotros una urgencia REAL, y cómo vamos a actuar ante ellas: canal-herramienta de comunicación, respuesta, personas clave, etc. Y si nos ha pasado alguna recientemente, ¿qué hemos aprendido de ella?
  4. Cómo vamos a hacer el seguimiento e informar del estatus de los distintos proyectos: su desarrollo y evolución, próximos pasos, atascos o problemas que haya que informar en el acto, etc.
  5. Cómo vamos a utilizar internamente el Correo y el resto de herramientas (Skype, Slack, llamadas, Whatsapp…): para qué cosas es cada cosa, temas que nunca se tocarán por un sitio o por otro, unificar criterios en el Asunto (quizá con una fórmula práctica común), etc.
  6. Definir nuestra estructura de reuniones: de qué tipo son y cómo las tenemos que hacer, acta y acciones, seguimiento, horarios recomendados, cosas que nunca vamos a hacer, si vamos a utilizar las Reuniones Exprés (¡recomendadísimo!), etc.
  7. De qué manera podemos reducir las interrupciones, sin dejar (claro) de hablar y pedirnos las cosas de cada día. Cómo vamos a canalizar peticiones, dudas, comentarios, aclaraciones y decisiones rápidas… sin que todo eso se traduzca en un bombardeo constante en el que todos salimos perdiendo.

Son solo unos ejemolos pero, ¿ves por dónde voy verdad? Hay muchos equipos donde estas cosas se hablan, se cuidan y se potencian como parte de su éxito. Pero a decir verdad la mayoría siguen aferrados al «hay que apretar y echar horas ». Claro que hay que trabajar duro, es que eso ya nadie lo discute… PERO primero hay que trabajar de forma inteligente. Hoy más que nunca.

Para mí un equipo es una maquinaria perfectamente programada para desprogramarse. Porque cada vez todo el mundo corre más, hay más trabajo y más presiones, más información y herramientas, más falsas urgencias y “prisitis”. Así que si no nos ponemos de acuerdo en serio, mediante procesos y protocolos claros, difícilmente podremos sacar lo mejor de las personas que tenemos en el barco.

No es solo una cuestión sde ser más o menos productivos. Sino de hacernos la vida más fácil, trabajar con más inteligencia, y desgastarnos menos. Creo que eso nos interesa a todos.

La entrada Los 7 procesos que tienen los equipos más productivos aparece primero en ThinkWasabi.


viernes, 2 de noviembre de 2018

Cómo decidir bien cuando hay múltiples opciones

Por: José Miguel Bolívar

La «fatiga por decisión» («decision fatigue») es un fenómeno psicológico bien conocido y se refiere a cómo se deteriora la calidad de las decisiones que tomamos a medida que estas decisiones se van acumulando.

Dicho de otra forma, decidir cansa, por lo que a partir de un determinado número de decisiones, la fatiga acumulada incide negativamente en la calidad de las decisiones posteriores que tomamos.

En la práctica, la fatiga por decisión se manifiesta haciéndonos optar por la decisión más cómoda: mantener las cosas como están.

La importancia de este efecto es de tal magnitud que actualmente sabemos que la fatiga por decisión es una de las causas más probables para explicar una mala decisión.

Pero el impacto negativo de la fatiga por decisión va más allá. La creatividad, la innovación y, en general, cualquier actividad que conlleve salir de la «zona de confort», se ve seriamente perjudicada por este fenómeno.

También sabemos que el número de opciones entre las que hay que decidir afecta directamente a la intensidad de la fatiga. Paradójicamente, mucha gente sigue utilizando como base de su sistema de organización personal una lista única de tareas repleta de opciones, lo que en la práctica se convierte en una amenaza permanente de decidir mal por sistema.

Las metodologías más punteras en efectividad personal como GTD® y OPTIMA3® plantean diversas estrategias de eficacia probada para reducir al máximo las consecuencias negativas de este sesgo cognitivo.

Una de ellas es separar en el tiempo las actividades de decidir y elegir, lo que posibilita decidir una única vez sobre cada opción en lugar de hacerlo en múltiples ocasiones.

La elección es un proceso de decisión optimizado en el que simplemente se opta por una opción de un conjunto sobre el que previamente ya se ha pensado y decidido con anterioridad. Lógicamente la fatiga por elección es considerablemente menor que la fatiga por decisión.

Por otra parte, GTD® propone una estructura de categorías organizativas que reduce el número de opciones entre las que elegir en cada momento. Como es de esperar, el uso de estas categoría supone una mejora muy significativa en términos de fatiga por decisión en comparación con la lista única de tareas.

Asimismo, OPTIMA3® plantea un proceso optimizado de toma de decisiones y una estructura de categorías mejorada en comparación con GTD®. Ambas mejoras persiguen reducir el número total de decisiones a la vez que simplificar al máximo el proceso de elección final, lo que incluye limitar el número máximo de opciones que puede haber en una misma categoría, una limitación que es inexistente en GTD®.

En línea con todo lo anterior, una técnica muy potente y sencilla para decidir rápido y bien cuando existen múltiples opciones es la «decisión por reducción binaria». No dejes que el título te asuste, porque se trata de una técnica más simple que el mecanismo de un botijo.

La esencia de la técnica consiste en sustituir una única decisión sobre un elevado número de opciones por una ronda de decisiones más sencillas sobre pares de opciones, algo que genera mucha menos fatiga por decisión. Cuando al aplicar la técnica te encuentras ante un número impar de opciones, dejas una de las opciones fuera hasta la siguiente ronda, momento en el que la incorporas al proceso.

Veamos a continuación un ejemplo en el que tenemos que decidir qué día de la semana vamos a llevar a cabo una actividad concreta. Partimos de la base de que cada uno de los días presenta características favorables y desfavorables de cara a la actividad que queremos realizar, por lo que la decisión sobre qué día es el mejor no es nada obvia. El proceso sería el siguiente:

  1. Creamos pares con las opciones entre las que queremos tomar la decisión. Como el número de opciones es impar, quedará una opción «desemparejada». En este punto, es importante destacar que la forma en que realicemos los pares es por completo irrelevante para el proceso, por lo que en este ejemplo vamos a crearlos al azar. La situación quedaría así:
    1. PAR 1: martes, jueves
      PAR 2: miércoles, viernes
      PAR 3: lunes, domingo
      Sin emparejar: sábado
  2. Ahora tendría lugar la primera ronda de decisiones. Se trata de ir par por par y decidir cuál de los dos días es mejor que el otro, a partir de esas características favorables y desfavorables que mencionaba antes. Supongamos que la situación queda así:
    1. Decisión del PAR 1: martes
      Decisión del PAR 2: viernes
      Decisión del PAR 3: domingo
      Sin emparejar: sábado
  3. El siguiente paso sería crear nuevos pares de opciones. Como puedes observar, ahora tenemos cuatro opciones, por lo que podemos crear dos pares sin que sobre ninguna opción. Imaginemos que la situación quedara así:
    1. PAR 1: martes, viernes
      PAR 2: sábado, domingo
  4. A continuación tendríamos que decidir de nuevo cuál de los dos días de cada par es mejor que el otro, a partir de las características favorables y desfavorables anteriores. Una posible situación podría ser:
    1. Decisión del PAR 1: viernes
      Decisión del PAR 2: sábado
  5. Con este proceso de «fragmentación binaria» hemos logrado reducir nuestras 7 opciones iniciales a tan solo dos. Ahora únicamente quedaría decidir cuál de esos dos días es el mejor, como siempre a partir de las características favorables y desfavorables que hemos tenido en cuenta a lo largo del ejemplo.

En resumen, esta sencilla técnica nos permite decidir bien cuando hay múltiples opciones, gracias a que reducimos un número importante de opciones entre las que tomar una decisión a un único par final, lo que a su vez reduce considerablemente la fatiga por decisión que conllevaría tener que decidir sobre la totalidad de las opciones.

Te invito a que la pruebes cuando tengas oportunidad y, si quieres, a compartir por aquí tu experiencia.